Los Dodgers sellan una dinastía con épica celebración
En mis muchos años siguiendo la liga, he aprendido que los equipos que repiten título forjan su leyenda no solo en el diamante, sino en el corazón de su afición. Los Dodgers de Los Ángeles lo entendieron a la perfección este lunes, coronando su segundo cetro consecutivo de la Serie Mundial con una fastuosa fiesta cívica que los consagra como el primer conjunto en 25 años en lograr un bicampeonato.
Shohei Ohtani, la superestrella japonesa, se dirigió a la multitud en un abarrotado Estadio de los Dodgers con un mensaje contundente: “Quiero decir que estoy muy orgulloso de este equipo. Ustedes son los mejores fanáticos del mundo. Estoy listo para conseguir otro anillo el próximo año. ¡Vamos!”. Esa ambición desmedida, esa hambre incluso en la cima, es el sello de los grandes; una lección que solo la experiencia te enseña.
Observar a Ohtani, acompañado esta vez por su esposa, Mamiko Tanaka, quien documentaba el momento, me recordó la natural evolución de un jugador. El año pasado cargaba a su perro, Decoy; este año, comparte el triunfo con su pareja. Son esos pequeños detalles los que revelan la madurez y el arraigo en una franquicia. “Es realmente agradable poder ganar y estar rodeado de todos estos increíbles fanáticos”, reflexionó Ohtani durante el desfile. El disfrute del momento presente, sin dar por sentado el éxito, es un principio fundamental que siempre intenté inculcar.
Por su parte, Yoshinobu Yamamoto, nombrado el Jugador Más Valioso de la Serie Mundial, irradiaba la confianza de un veterano. Con su gorra de béisbol al revés y unas gafas de sol, proclamó ante la multitud: “Perder no es una opción. A mis compañeros de equipo, mis entrenadores, el increíble personal y todos los fanáticos, lo hicimos juntos. Amo a los Dodgers. Amo Los Ángeles”. Esa mentalidad ganadora, esa negación absoluta a la derrota, es el combustible que alimenta a las dinastías.
La celebración también tuvo su toque generacional con el novato Roki Sasaki festejando su cumpleaños número 24. Ver a las jóvenes promesas integrarse de lleno en la cultura del ganador es crucial para la sostenibilidad. Mookie Betts, con la sabiduría de quien ya ha levantado cuatro trofeos, lo resumió con maestría: “Tengo cuatro. Tengo que completar la mano, bebé. El tricampeonato nunca ha sonado tan dulce”. Esa búsqueda constante de más, ese no conformarse, es lo que separa a los buenos equipos de las leyendas eternas.
El momento más crudo y auténtico, de esos que no se planifican pero definen una era, vino de Kiké Hernández. Con la franqueza que nace de los años de lucha, declaró: “Todos han estado haciendo preguntas sobre una dinastía. ¿Qué tal tres en seis años? Somos una maldita dinastía, bebé”. Ahí está la verdad desnuda, sin filtros. No es teoría, es la conclusión lógica de una década de dominio.
Para el mánager Dave Roberts y para leyendas como Freddie Freeman, la magnitud del evento era palpable. “Siento que es casi el doble que el año pasado. Estos fanáticos están locos. Es increíble ser parte de esto”, comentó Freeman. Cuando la energía de la grada supera incluso la del año anterior, sabes que estás construyendo algo trascendental.
Y como en todo gran ciclo, hubo un cierre perfecto. Clayton Kershaw, el icónico lanzador que acaba de retirarse tras 18 campañas vistiendo exclusivamente la elástica azul, compartió la reflexión más conmovedora: “Es la manera perfecta de terminar. Sé que los Dodgers siempre han significado mucho para esta ciudad durante generaciones. Para nosotros, poder hacer esto frente a ellos significa el mundo para mí y para todos los demás”. Esas palabras encapsulan la esencia de lo logrado: un triunfo que trasciende el deporte para convertirse en un legado compartido con una ciudad entera.
El broche final lo puso el lanzador Blake Snell, haciendo el gesto de 6-7 con sus manos, un recordatorio numérico y contundente de las dos victorias finales sobre los Azulejos de Toronto. En este juego, los números siempre cuentan la historia, pero es la pasión vivida la que la hace inmortal.
