México busca romper su maldición en inauguraciones mundiales

La cita histórica en el Coloso

El 11 de junio de 2026 está marcado en el calendario con fuego. En el mítico estadio Azteca, la Selección Mexicana no solo abrirá la Copa del Mundo ante Sudáfrica, sino que se medirá a un peso intangible: su propia historia. Llevo décadas siguiendo al Tri, y te puedo decir que en estos partidos inaugurales hay una presión única, una mezcla de esperanza y un eco de fracasos pasados que solo quienes hemos vivido cada torneo desde el banquillo o frente al televisor podemos sentir en el ambiente.

Una losa histórica que pesa

Muchos aficionados jóvenes ven el duelo contra los Bafana Bafana como un trámite, pero el veterano sabe que el fútbol no se juega solo en la cancha. Existe una maldición histórica real: desde nuestro debut en Uruguay 1930, México jamás ha ganado el partido que da el pistoletazo de salida a un Mundial. Sí, hemos ganado nuestro primer encuentro en varias ediciones, pero nunca el de la inauguración oficial. Es un dato que duele y que se repite como un mantra antes de cada torneo.

Recuerdo vívidamente la frustración en 2010, también contra Sudáfrica. El empate 1-1 en suelo africano sintió como una derrota, una oportunidad de oro desperdiciada para enterrar ese fantasma. Las goleadas ante Brasil en los 50 y 60, o la derrota ante la anfitriona Suecia en 1958, no son solo estadísticas; son lecciones grabadas en la memoria colectiva. Nos enseñaron que en estos partidos, la carga mental puede ser más determinante que la táctica.

El Azteca, testigo de un nuevo capítulo

Esta será la octava ocasión en que carguemos con esa responsabilidad, y el escenario no podría ser más simbólico. El Coloso de Santa Úrsula se convertirá en el único recinto del planeta en ser sede de tres Copas del Mundo. Hay una energía especial en ese césped, una mezcla de gloria y angustia. Desde el empate a cero con la Unión Soviética en 1970 —un resultado que entonces se sintió pobre para un equipo que luego haría historia—, el estadio ha sido testigo de nuestras mayores hazañas y nuestras decepciones más amargas.

La lección aprendida tras todos estos años es clara: para romper una maldición, no basta con tener un buen equipo. Se necesita una mentalidad de acero, un respeto profundo por el rival sin miedo al historial, y la capacidad de convertir el peso de la historia en motivación pura. El 11 de junio no se jugará solo un partido de la fase de grupos; se jugará una batalla contra el relato que hemos escrito durante casi un siglo. Y créanme, desde mi experiencia, cambiar esa narrativa sería un triunfo tan profundo como levantar la copa.

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