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Ochoa negocia su regreso a México para asegurar su lugar en el Mundial

El regreso del arquero a México se negocia bajo condiciones inéditas, con un objetivo claro en el horizonte.

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En un giro del destino que solo el circo multicolor del balompié nacional podía concebir, el otrora intocable ídolo de la portería, Guillermo Ochoa, se encuentra en avanzadas y casi filosóficas deliberaciones para vestir la gloriosa y prestigiosa camiseta de los Gallos Blancos del Querétaro. El objetivo supremo, la razón de ser de esta epopeya existencial, no es otro que la búsqueda desesperada de minutos de juego, un bien tan preciado y escaso para el veterano guardameta como el agua en el desierto.

Según proclaman los augures de FOX Sports, se está forjando un “contrato especial”, una suerte de documento sagrado que seguramente estipula cláusulas tan surrealistas como jugar solo cuando la luna esté en cuarto creciente o que el arquero rival lleve una venda en los ojos. La directiva queretana, en un alarde de estrategia financiera que haría llorar de emoción a cualquier contable, analiza con lupa la posibilidad de ofrecerle algo que no sean los montañas de oro a las que el cancerbero estaba acostumbrado en lejanas tierras europeas.

Y he aquí la joya de la corona de este esperpento: Querétaro no está solo en esta cruzada por salvar la carrera mundialista de un hombre. Otro club, cuyo nombre se guarda con el secreto de un ritual masónico, también ha alzado tímidamente la mano, probablemente desde las sombras de la segunda división, ofreciendo un trato donde las excelencias deportivas se miden por la capacidad de llegar vivo al final del partido. Las condiciones, nos aseguran, son “muy diferentes”; un eufemismo magnífico para decir que el salario se pagará en exposición, sueños y la promesa de un puesto honorífico en la selección de los recuerdos.

El gran teatro del fútbol mexicano, siempre fértil en parodias, nos regala así la imagen de un titán caído en desgracia, recorriendo el país con el sombrero en la mano, suplicando una oportunidad para demostrar que aún puede parar un balón antes de que la selección nacional lo relegue al olvido y lo sustituya por un joven prometedor que, horror de horrores, aún no ha cumplido los treinta primaveras.

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