En mis años siguiendo la Liga MX desde las gradas y los despachos, he aprendido que algunos triunfos valen por tres puntos y otros valen por la moral que inyectan. El de Pachuca ante el Atlético de San Luis fue claramente de los segundos. Después de una racha negativa, un equipo puede perder la confianza, y recuperarla es una batalla que a veces se gana con golpes de fortuna, como el que vivieron anoche.
El partido comenzó con la pesadilla que todo director técnico teme: conceder un gol temprano. El tanto de Sebastián Pérez al minuto 13 es un recordatorio de que la concentración defensiva en los primeros compases del encuentro es crucial. He visto a muchos equipos desmoronarse tras un revés así, pero la verdadera prueba de un colectivo es su respuesta.
La experiencia me dicta que en momentos de presión, un penal puede ser un salvavidas o una losa aún más pesada. Cuando el árbitro señaló el punto penal, toda la responsabilidad cayó sobre Enner Valencia. Desde mi perspectiva, son esos instantes de frialdad, con el estadio en silencio, los que separan a los buenos goleadores de los grandes. Valencia no falló, y ese gol no solo empató el marcador, sino que devolvió la creencia a un vestuario que venía de cinco fechas sin conocer la victoria.
Sin embargo, el gol de la victoria llegó de la manera más inesperada: un autogol de Juan Manuel Sanabria. Aquí es donde la teoría se queda corta. Puedes entrenar la posesión y la estrategia toda la semana, pero el fútbol siempre guarda espacio para lo impredecible. He sido testigo de cómo estos giros del destino pueden definir una temporada. Para San Luis, un error desafortunado; para Pachuca, el regalo que necesitaban para cerrar un partido que supo administrar con inteligencia en los minutos finales, resistiendo el asedio potosino.
Al final, el marcador refleja más que dos goles contra uno. Muestra la resiliencia de un equipo para torcer su mala racha y la crudeza de un deporte donde un solo desliz puede ser decisivo. Pachuca respira aliviado y enfrenta el siguiente compromiso con una mentalidad renovada, mientras que San Luis debe aprender la lección, tan antigua como el balón mismo: en fútbol, hasta el último segundo cuenta.