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Piastri domina el circo mecánico mientras Verstappen pierde los papeles

La pista se convierte en circo mientras los pilotos luchan por el poder con estrategias dignas de una tragicomedia.

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En un espectáculo que mezcla Mad Max con Los juegos del hambre, Oscar Piastri defendió su trono en el Reino del Asfalto con la elegancia de un gladiador que sabe que le pagan por sangre, pero prefiere el champagne. Mientras tanto, en el Coliseo de Montmeló, los demás pretendientes al cetro demostraron que la estrategia es como el perfume barato: o te quemas o hueles a desesperación.

McLaren, ese equipo que pasó de ser un mueble de oficina a una nave espacial, volvió a humillar a la competencia con una superioridad tan obscena que hasta los comisarios deportivos miraron para otro lado. Piastri, el australiano que corre como si tuviera un canguro en los talones, acumuló su quinto botín de la temporada mientras Norris, su alter ego británico, se conformó con ser el eterno “casi”.

En el Teatro del Absurdo (zona de boxes), Red Bull intentó una estrategia tan rebuscada que parecía sacada de un manual de autoayuda para perdedores: tres paradas para que Verstappen pudiera admirar el paisaje catalán mientras sus neumáticos se convertían en polvo. El holandés, acostumbrado a ganar hasta jugando a las canicas, terminó enfurecido como un niño al que le quitan el helado, penalizado por un roce con Russell que dejó claro que hasta los tetracampeones tienen días de guardería.

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Ferrari, esos señores de rojo que suelen prometer maravillas y entregar desilusiones, sorprendieron con Leclerc escalando al podio como si alguien hubiera pulsado el botón “modo héroe” por error. Mientras, Mercedes seguía repartiendo dramas gratuitos: Antonelli, el niño prodigio, dejó su auto tirado como un carrito de supermercado en mitad de la curva, regalando un Safety Car que alteró el guion más que un borracho en una obra de Shakespeare.

Al final, el Gran Premio demostró lo que ya sabemos: el automovilismo es el único deporte donde puedes perder la cabeza, el podio y la dignidad en 66 vueltas, todo mientras pagas 20 millones por asiento para ver cómo la tecnología y el ego chocan más que los monoplazas.

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