Ponchito González y el eterno retorno del héroe de cartón

En un giro argumental que ni los guionistas de telenovela más cursis habrían osado escribir, Arturo Alfonso “Ponchito” González —el mediocampista que Atlas vendió hace una década como si fuera un juguete roto— ha vuelto a la “casa” que lo despidió con la frialdad de un banquero ejecutando una hipoteca. El Estadio Jalisco, ese coliseo donde los aficionados olvidan sus penas laborales los fines de semana, lo recibió como al hijo pródigo… si el hijo pródigo hubiera sido enviado originalmente al exilio por rendimientos mediocres.

“Es un sueño”, declaró el jugador con lágrimas de cocodrilo (o tal vez de sponsor), ignorando que en el fútbol moderno los sueños se miden en cláusulas de rescisión y goles por minuto. Prometió “representar los colores” con la solemnidad de un político en campaña, aunque todos sabemos que en este circo, los colores solo perduran hasta la próxima transferencia.

El hombre que alguna vez levantó trofeos en Monterrey (equipo que, irónicamente, será su próximo verdugo) habló de “granitos de arena” con la convicción de quien cree que un puñado de arena basta para tapar el cráter de un equipo que lleva años sin brillar. “Trabajaremos en lo que hay que mejorar”, añadió, en lo que podría ser el lema no solo del Atlas, sino de toda la Liga MX: eterna promesa, escaso cumplimiento.

Mientras los directivos se frotan las manos pensando en el merchandising vintage de su “nueva” adquisición, los aficionados —esos seres que pagan por sufrir— aplauden el retorno de un jugador cuya mayor hazaña fue irse. El próximo sábado, cuando visite a su exequipo, quizás recuerde que en el fútbol, como en la vida, los finales felices son solo pausas comerciales entre dos crisis.