Deportes
Ron Turcotte, el jinete que trascendió la gloria de Secretariat
La leyenda que cabalgó más allá de la pista, transformando una tragedia personal en un legado de compasión y apoyo para otros.

Adiós a una leyenda que redefinió el coraje más allá de la pista
El mundo del hipismo pierde a un coloso, pero gana la eterna inspiración de un hombre que convirtió una caída física en un ascenso moral imparable. Ron Turcotte, el arquitecto sobre los estribos que guió a Secretariat hacia una hazaña considerada imposible, nos deja a los 84 años. Su fallecimiento por causas naturales en su hogar de New Brunswick, Canadá, cierra un capítulo terrenal, pero inaugura su leyenda perpetua.
Turcotte no solo quebró la sequía de la Triple Corona en 1973; quebró el paradigma de lo que significa ser un atleta. Su nombre quedó grabado a fuego en la historia no solo por montar al relámpago castaño que estableció un récord en Belmont que aún hoy, 52 años después, parece sobrehumano, sino por demostrar que la verdadera grandeza se mide en la adversidad, no en la victoria.
“Ron fue un faro de fe, coraje y bondad. Su éxito en la pista fue solo el prólogo de su impacto real en el mundo”, afirmó Leonard Lusky, su socio y amigo de toda la vida.
Imagine por un momento la escena: Belmont Park, 1973. Secretariat, con Turcotte a sus espaldas, no compite; trasciende. Cruzan la meta 31 cuerpos por delante, deteniendo el tiempo en 2:24 minutos. “Aún tenía mucho caballo”, recordaría Turcotte décadas después. Era como pilotar un meteoro.
La caída que dio paso a un vuelo más alto
El destino es irónico. El jinete que esculpió la perfección en la pista vio su carrera truncada en 1978 por una caída que lo dejó paralizado. ¿El fin? Para un espíritu convencional, quizás. Para Turcotte, fue el inicio de su misión más profunda: abogar incansablemente por los jinetes discapacitados, tejiendo una red de apoyo desde su silla de ruedas.
William J. Punk Jr., del Fondo para Jinetes Permanentemente Discapacitados, lo coronó como uno de los más grandes embajadores del deporte. David O’Rourke, de la NYRA, destacó que fue en la adversidad donde el carácter de Turcotte se reveló en su forma más pura: “Su legado está definido por la bondad y la compasión”.
Inducido al Salón de la Fama en 1979, su vida fue un viaje de película: el decimoprimero de doce hijos que abandonó la escuela para ser leñador, emigró a Toronto y, de paseador de caballos, ascendió al Olimpo del hipismo. Ganó el Preakness con Tom Rolfe (1965) y el Derby y Belmont con Riva Ridge (1972). Pero con Secretariat fue amor a primera montura. “Era el tipo de caballo que nunca volverás a ver”, declaró. Un dúo de leyenda.
Hoy, Turcotte se reúne por fin con su equipo celestial: Secretariat, el entrenador Laurin, la propietaria Chenery y todos los que partieron antes. Para su familia, no era solo el jinete de Secretariat; era un maravilloso esposo, un padre amoroso y un abuelo. Para el mundo, fue el hombre que nos enseñó que las mayores victorias a veces se logran después de cruzar la meta final.

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