Tigres convierte amistoso en masacre surrealista contra un rival de cartón

En un espectáculo que osciló entre el absurdo y la crueldad institucionalizada, los Tigres —esa metáfora ambulante del capitalismo deportivo— devoraron 11-0 al Atlético Morelia, un equipo que, para sorpresa de nadie, resultó ser tan ficticio como los logros académicos de algunos directivos universitarios.

El partido, disfrazado de “preparación”, evidenció la grotesca desigualdad del fútbol mexicano: un club con presupuesto de emirato árabe contra una escuadra que parecía reclutada en el estacionamiento de un Oxxo. Los refuerzos estelares —cuyos sueldos equivalen al PIB de una ciudad pequeña— anotaron con la facilidad con que un político promete soluciones mágicas.

Nicolás Ibáñez abrió el marcador, seguido por Diego Lainez (quien demostró que sí puede marcar… cuando el rival es de liga amateur). El fichaje estrella Ángel Correa anotó casi por obligación moral, como esos funcionarios que firman documentos sin leerlos. Mientras, Gignac —el último dinosaurio del equipo— remató a un arco que defendían fantasmas, en una alegoría perfecta de la jubilación diferida.

El 11-0 final no fue un marcador, sino un síntoma: la prueba de que el fútbol mexicano ha convertido los amistosos en rituales de humillación pública, donde los equipos pobres existen solo para hacer brillar a los megaclubs. Morelia, ese cadáver institucional resucitado por decreto, cumplió su papel de esclavo del circo romano moderno.

Mientras la directiva de Tigres celebra esta hazaña contra nadie, los aficionados deberían preguntarse: ¿de qué sirve ganar 11-0 en julio si en diciembre el equipo volverá a colapsar como un castillo de naipes en liguilla? La respuesta, como siempre, es simple: pan y circo para distraer de los problemas reales.