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Tigres y Necaxa libran la batalla final por un lugar en semifinales

Los felinos buscan despertar su garra ofensiva en casa para evitar otra noche de angustia ante un rival obligado a atacar.

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En el reino del Estadio Universitario, donde los dioses del balón se divierten viendo a los mortales sudar la camiseta, los Tigres preparan su ritual anual de hacer sufrir a su afición antes de concederles una alegría. Esta noche, los felinos —especialistas en convertir partidos decisivos en sesiones de terapia colectiva— reciben al Necaxa, un equipo que, contra todo pronóstico, aún cree en los milagros.

Tras el empate sin goles en Aguascalientes (un partido tan emocionante como ver crecer el pasto), los auriazules llegan con la ventaja táctica de… no haber perdido. Sí, ese es el gran mérito: sobrevivir a 90 minutos de fútbol anestésico. Nahuel Guzmán, el arquero que hizo más paradas que un semáforo en hora pico, será canonizado si repite su actuación. Mientras, Guido Pizarro, el estratega, promete “más armas ofensivas”, aunque todos saben que su plan A, B y C se llama André-Pierre Gignac, el francés que marca goles importantes cuando el reloj biológico de su rival indica que es hora de dormir.

El Necaxa, por su parte, llega con la osadía de querer jugar al fútbol. Nicolás Larcamón, su técnico, ha convencido a sus jugadores de que atacar es mejor que rezar, una herejía en la Liga MX, donde el 0-0 es considerado arte abstracto. Los hidrocálidos, obligados a salir del cascarón, podrían descubrir demasiado tarde que en San Nicolás los visitantes suelen ser devorados por la presión, el calor y la inexplicable costumbre de los Tigres de despertar en el minuto 85.

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Con Rafael Carioca y Joaquim Pereira de vuelta (dos nombres que suenan a protagonistas de telenovela brasileña), los felinos prometen “mejorar el funcionamiento”. Traducción: esperarán que Gignac haga magia mientras el resto del equipo se organiza para no tropezar con el césped. La afición, como siempre, fluctuará entre el éxtasis y el infarto, porque en el fútbol mexicano, avanzar a semifinales no es cuestión de mérito, sino de resistir el embrujo de la Liguilla.

¿El premio para el ganador? El derecho a sufrir otra ronda en este circo llamado Fiesta Grande, donde los equipos olvidan marcar goles pero nunca olvidan cobrar sus bonos.

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