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Verstappen confiesa que Red Bull no domina como antes

El campeón admite debilidad mientras sus rivales aceleran en la pista.

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En un giro tragicómico que hubiera dejado boquiabierto al mismísimo Jonathan Swift, el todopoderoso Max Verstappen, emperador de las pistas y devorador de podios, ha bajado del Olimpo para confesar con lágrimas de aceite sintético: “¡No somos dioses, solo mortales con ruedas!”. El héroe de Red Bull, cuyo monocasco solía brillar con luz divina, ahora mira con envidia los bólidos color papaya que le pasan como si llevaran nitro.

El drama shakesperiano se intensifica cuando el holandés volador admite que su “carroza mágica” (antes invencible) ahora es perseguida por un Mercedes conducido por George Russell, quien acumula puntos como si fueran cupones de descuento. “¡Está a solo seis puntos! Pronto me pedirá autógrafos… desde el primer puesto”, solloza Verstappen mientras ajusta su alerón con la delicadeza de un relojero suizo en crisis existencial.

Los ingenieros de Red Bull, antes comparados con los arquitectos de las pirámides egipcias, ahora son acusados de construir castillos de arena. “Sacaremos velocidad extra”, prometen, mientras revuelven su poción mágica entre llaves inglesas y café recalentado. Mientras tanto, la McLaren avanza imparable, como si llevara en el tanque el jugo de fruta que le falta al equipo de bebida energética.

En este circo de caballos de fuerza donde los héroes caen y los underdogs aceleran, solo queda preguntarse: ¿se convertirá Verstappen en un mero mortal de la parrilla? ¿O Red Bull encontrará la fórmula secreta entre sus latas vacías? El espectáculo, como la aerodinámica de 2026, está lleno de incógnitas.

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