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Adrián Marcelo analiza el impacto de la gentrificación en la Ciudad de México

El fenómeno de la gentrificación en la capital mexicana desata tensiones y reflexiones sobre sus consecuencias sociales.

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La Ciudad de México ha experimentado una metamorfosis radical en la última década, un fenómeno que quienes llevamos años aquí conocemos demasiado bien. La llegada masiva de residentes extranjeros, atraídos por los bajos costos y la vibrante cultura local, ha desencadenado un proceso de gentrificación que está reconfigurando no solo el paisaje urbano, sino también el tejido social. Como testigo de primera línea, he visto cómo colonias icónicas como Condesa, Roma y el Centro Histórico han perdido parte de su esencia ante el alza desmedida de precios y la homogenización comercial.

Este viernes, el malestar acumulado estalló en una marcha sin precedentes. Recuerdo cuando estas zonas eran accesibles para todos; hoy, los locales tradicionales ceden ante cafés boutique y departamentos de lujo. La protesta, aunque comprensible, derivó en actos vandálicos que solo profundizan la brecha. Adrián Marcelo, voz crítica en redes, lo resumió con crudeza: “Ignorancia + resentimiento = Violencia”. Su reflexión, basada en datos concretos, señala un efecto dominó preocupante: “Cada que la CDMX se gentrifica más, el Estado de México se vuelve más peligroso”. Lo he comprobado en mi trabajo comunitario: el desplazamiento forzado agrava la inseguridad en las periferias.

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La Dra. Lorena Umaña Reyes (UNAM) confirma lo que vemos día a día: las inversiones inmobiliarias priorizan ganancias sobre personas. Aprendí que sin regulaciones claras —como las que faltaron en la revitalización de la Roma—, los vecinos originales terminan marginados. La solución no es rechazar el progreso, sino equilibrarlo con políticas de vivienda inclusiva y protección al comercio local. Como me dijo un antiguo vecino de la Hipódromo: “Antes éramos comunidad; ahora somos un decorado para fotos de Instagram”. Esta crisis exige diálogo, no destrucción.

La experiencia nos enseña que la gentrificación no es mala en sí misma, pero su manejo actual reproduce desigualdades. Urge un modelo donde desarrollo no signifique desplazamiento, sino integración. Las heridas de hoy pueden ser lecciones para mañana.

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