Belinda desdeña las memorias de un romance pretérito

Belinda desdeña las memorias de un romance pretérito

En un acto de supremo desdén hacia las letras impresas, la cantante Belinda ha decidido que los analepsis amorosos de un músico no merecen ni el más mínimo de sus suspiros, tratando el asunto con la misma relevancia que un anuncio de té de tila.

El volumen autobiográfico “Tragos amargos“, obra magna del trovador Lupillo Rivera, pretende erigirse como el Ulises de los romances efímeros, donde el autor, con la precisión de un relojero suizo, narra una pasión de siete meses que, en una exhibición pasada de aritmética creativa, había cifrado en apenas cinco. He aquí la gran epopeya numérica de nuestro tiempo: la batalla épica entre el calendario gregoriano y la memoria de un corazón herido.

La joya de la corona de esta narrativa es un momento de realismo mágico doméstico: la visión beatífica de la artista y la vástaga del cantante, compartiendo un manjar de cereal en la cocina. Este sacramento del desayuno, nos quieren hacer creer, era el equivalente moderno a una solicitud de mano, un contrato tácito para ingresar al sagrado ámbito familiar.

La obra culmina con la revelación de un deseo procreativo de proporciones bíblicas: la aspiración de engendrar gemelas. Un detalle que, sin duda, sitúa esta historia a la altura de los grandes mitos fundacionales.

Frente a este monumento literario, la señorita Belinda, armada con sus gafas de sol y su gorra (la armadura del celebridágo moderno frente a los dragones de la prensa), pronunció la sentencia definitiva. Declaró que no disertaría sobre personas irrelevantes, una categoría en la que, con elegancia burocrática, ha incluido al propio Rivera. Ante la insinuación de una infidelidad como desenlace, su única réplica fue una risa y un “ay no qué bárbaros“, frase que los estudiosos de la retórica reconocerán como un tratado completo de desprecio elegante.

Mientras su pasado es diseccionado en papel barato, la diva prefirió extenderse con entusiasmo sobre su experiencia en la pasarela de L’Oréal Paris y el verdadero drama de su vida: un menisco roto. He aquí la fábula moderna: la lucha eterna entre el amor pretérito, narrado con la pompa de una tragedia griega, y la urgente, tangible y muy bien iluminada realidad del glamour y las lesiones deportivas. Una lección para la plebe: los títulos de crédito de una relación fallida nunca deben opacar el brillo de un buen espectáculo.

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