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Caperucita Roja según el capitalismo o cómo venderle moralina a los niños

Una peculiar versión del cuento clásico donde los roles se invierten y las moralejas se cuestionan con humor ácido.

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La sagrada unión de sangre y taquilla: cuando el nepotismo se vende como “trabajo en familia”.

En un alarde de originalidad revolucionaria, el dúo dinástico Omar y Violeta Isfel nos presentan su última hazaña: Caperucita Roja: el musical neoliberal, donde el lobo feroz es un inspector de Hacienda y la abuelita una accionista de BlackRock. Una obra que, según sus creadores, “hace reflexionar a los niños” (sobre la importancia de heredar contactos en la industria del espectáculo).

Con marionetas que representan a los tres poderes del Estado, este esperpento adapta el cuento de Perrault para enseñar a los infantes las verdades de la vida: que los depredadores usan traje de lana, que las abuelas son influencers de repostería, y que el camino al éxito consiste en dejarse explotar por tus progenitores con una sonrisa.

“Es muy interactivo”, declaró Isfel hijo mientras ajustaba su disfraz de zorro emprendedor. “Los niños pueden gritar, llorar e incluso hacer preguntas incómodas como ‘¿por qué el lobo tiene un yate?’ o ‘¿la abuela es dueña del bosque por derecho de usucapión?'”.

La obra —que se presenta los domingos en el Teatro Rafael Solana entre el horario de misa y el brunch— promete “diversión para toda la familia”, especialmente para aquellas familias que creen que el arte es un negocio familiar como la ferretería de la esquina.

Cuando se le preguntó sobre el verdadero mensaje de esta adaptación posmoderna, Isfel confesó entre risas: “Queremos que los niños aprendan las tres lecciones fundamentales: primero, que los cuentos clásicos son marca registrada; segundo, que el talento se hereda como los bienes inmuebles; y tercero, que en el capitalismo tardío hasta Caperucita necesita un agente”.

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