Chris Brown declara inocencia mientras la justicia baila al ritmo de su gira

En un espectáculo digno de un reality show judicial, el cantante Chris Brown, conocido tanto por sus éxitos musicales como por su colección de denuncias por violencia, ha vuelto a protagonizar un capítulo más de su saga legal. El artista, vestido como si fuera a recibir un Grammy en lugar de enfrentar cargos por agresión, se declaró “no culpable” con la misma naturalidad con la que firma autógrafos.

El incidente, ocurrido en un exclusivo club de Londres, parece sacado de un guion mal escrito: Brown y su compinche, el misteriosamente apodado “Hoody Baby”, convirtieron una botella en un arma improvisada para “dialogar” con un productor musical. Las cámaras de seguridad, siempre tan indiscretas, captaron el momento en que el intérprete de “Run It” decidió que su coreografía incluía puñetazos y patadas.

Lo más hilarante (o trágico, dependiendo del sentido del humor) es que, mientras la justicia británica intenta seguir el ritmo de este melodrama, Brown sigue girando por Europa como si nada. Su gira, convenientemente titulada “Breezy Bowl XX”, parece ser la metáfora perfecta de cómo las celebridades pueden esquivar consecuencias con la misma agilidad que sus coreografías.

Tras pagar una fianza que supera el presupuesto anual de un hospital público, el cantante celebró su libertad con un entusiasta post en Instagram: “¡DE LA CÁRCEL AL ESCENARIO!”. Un eslogan que, sin querer, resume la filosofía de ciertos famosos: la ley es solo un obstáculo temporal entre una audiencia y la siguiente.

Mientras tanto, el juicio se pospuso hasta 2026, porque, claro, la justicia debe esperar a que termine la gira. ¿Prioridades? Las del espectáculo, por supuesto. Así, entre aplausos y demandas, Chris Brown demuestra que en el circo moderno, los tigres no son los más peligrosos: lo son los artistas con problemas de ira y abogados caros.