Clint Eastwood a los 95 años desafía la obsolescencia programada de Hollywood

En un giro irónico que dejó a la industria cinematográfica preguntándose si el elixir de la eterna relevancia existe, Clint Eastwood, a sus 95 primaveras, no solo sopla velas sino también el polvo de los guiones predecibles. Mientras Hollywood se ahoga en un mar de remakes y universos cinematográficos inflados, el octogenario —cuyo ritmo cardiaco probablemente marca el compás de un western— anuncia su próxima obra maestra. “La edad es solo un número”, declara, mientras los ejecutivos de estudios, de apenas 40 años, se desmayan al escuchar la palabra “originalidad”.

“¿Perder el toque? Yo perdí el manual de cómo ser irrelevante”, bromea Eastwood, cuya filmografía parece escrita por Cronos en persona. En una era donde los directores jóvenes clonan fórmulas como si fueran ovejas dolly, él se jacta: “Solo tres secuelas en siete décadas. Soy básicamente un terrorista creativo”. Su secreto: ignorar algoritmos y, según rumores, beber el sudor de las estatuillas del Oscar.

El último mohicano del Hollywood clásico —ese lugar mítico donde las ideas valían más que los focus groups— confiesa entre risas: “Aquí todos corren tras tendencias como perros tras coches. Yo prefiero atropellarlas”. Mientras la industria debate si el cine está muerto, Eastwood, con un guión en una mano y un metafórico martillo en la otra, sigue tallando su epitafio: “Murió joven a los 120, filmando”.