David Bisbal hipnotiza McAllen con su espectáculo musical

En un derroche de luminosidad artificial y sudor estudiadamente coreografiado, el sumo sacerdote del pop español, David Bisbal, descendió cual mesías de lentejuelas sobre el altar del McAllen Performing Arts Center. La ceremonia comenzó puntual como reloj suizo (20:20, ni un minuto más, ni uno menos), horario milimétricamente calculado para que los feligreses alcanzaran el éxtasis justo antes del toque de queda emocional.

Vestido con la elegancia de un torero en día de boda real, el cantante ejecutó los rituales sagrados del espectáculo contemporáneo: cantó (más o menos), bailó (bastante mejor) y repartió miradas al público como si fueran indulgencias plenarias. Los acólitos, en trance, corearon los himnos de esta religión light: desde el mantra repetitivo de “Lloraré las Penas” hasta el catecismo básico de “Corazón Latino”.

La liturgia alcanzó su clímax con el tríptico final: “Dígale” (plegaria por el amor no correspondido), “Bulería” (síntesis cultural de andaluz con sintetizador) y el “Ave María” (por si acaso el cielo estaba tomando notas). Dos horas de éxtasis colectivo que demostraron una verdad incómoda: en tiempos de crisis existencial, el pueblo necesita pan, circo… y autotune.

Así termina otra jornada en la gira mundial de la industria del escapismo, donde por el módico precio de una entrada VIP, usted puede olvidar por dos horas que el mundo se derrumba. ¡Aleluya, hermanos!