Disney prohibió a Miley Cyrus cantar sus propias canciones

En un giro digno de 1984 pero con glitter, Miley Cyrus reveló que el imperio ratonil le confiscó su propia voz durante una década. Sí, aunque usted no lo crea, la megacorporación decidió que la intérprete original de Hannah Montana no merecía cantar… ¡las canciones de Hannah Montana! ¿Ironía? No, solo el capitalismo tardío haciendo de las suyas.

Imagine este surrealismo: usted hornea un pastel, lo decora y hasta le pone su nombre con betún, pero la panadería del barrio le prohíbe probarlo. Así vivió Miley desde 2011, cuando Disney —ese reino mágico donde los contratos son más enredados que una telenovela— decretó que su garganta era ilegal para melodías que ella misma grabó. ¿El crimen? Atreverse a crecer y dejar de ser su personaje infantil. ¡Qué osadía!

“No me permitían cantar canciones con mi voz y mi cara”, confesó Cyrus, en lo que parece el guión descartado de un episodio distópico de Black Mirror.

La solución llegó en 2024, cuando la compañía —en un acto de “generosidad” digno de un monarca absoluto— la coronó como Leyenda de Disney. ¡Aleluya! Ahora sí podía entonar sus propias creaciones sin que Mickey Mouse la demandara. “Bastante genial”, dijo ella, con la diplomacia de quien evita mencionar lo ridículo del sistema.

Mientras tanto, en otro universo paralelo, los abogados corporativos siguen redactando cláusulas para que los artistas firmen su alma en papel con membrete. Y nosotros, el público, nos preguntamos: ¿en qué momento la industria del entretenimiento se convirtió en un cuento de los hermanos Grimm moderno, donde las princesas deben negociar con dragones legales para recuperar lo que siempre fue suyo?

Hoy, Miley —convertida en estrella global— anuncia un nuevo proyecto. Ironías del destino: Something Beautiful llega a cines, ese lugar donde Disney también decide qué historias merecen ser contadas. El círculo se cierra, pero la moraleja sigue clara: en el reino del ratón, hasta tu sombra tiene dueño.