En mis más de dos décadas siguiendo la industria musical, he visto a incontables artistas enfrentar la encrucijada entre la vida familiar y las demandas de una carrera global. La noticia de que Ed Sheeran finalmente abandonará Reino Unido para establecerse en Estados Unidos no me sorprende; es una jugada estratégica que muchos antes que él han considerado, pero pocos ejecutan con tanta decisión.
Recuerdo conversaciones con managers y productores donde se debatía el enorme desgaste de los viajes transatlánticos constantes. El intérprete británico, según lo citado por el Daily Mail en el podcast 2 Johnnies, lo ha expresado con claridad: la logística se vuelve insostenible. Decidir dejar Suffolk, su hogar actual con su esposa Cherry Seaborn y sus pequeñas hijas, Lyra y Jupiter, no es un capricho, sino una elección pragmática dictada por la geografía de sus compromisos profesionales.
Sheeran, a sus 34 años, ha llegado a ese punto de madurez en su trayectoria donde priorizar la estabilidad de los suyos es primordial. Su declaración —“Voy de gira por allí una temporada y tengo familia, así que no puedo ir y venir”— encierra una lección que aprendí tarde: por más éxito que se tenga, el constante vaivén acaba pasando factura. Instalarse cerca del epicentro de sus proyectos en Norteamérica es, sin duda, un movimiento inteligente para preservar su energía creativa y su bienestar personal, demostrando que incluso las estrellas más brillantes deben encontrar un equilibrio.