El absurdo espectáculo de la custodia en el reino del espectáculo

En el gran circo moderno de las relaciones públicas y los dramas personales convertidos en mercancía, la cantante española Natalia Jiménez ha decidido subirse al trapecio para sermonear sobre la paternidad, un tema que domina con la misma autoridad con la que un pez domina el arte de la bicicleta.

Desde su trono en el programa “Hoy”, la artista se erigió en juez y parte de la disputa entre Christian Nodal y Cazzu, escupiendo veredictos con la sutileza de un cañonazo. Su majestad declaró que una madre, por el simple hecho de parir, obtiene un salvoconducto divino para trasladar a su vástago a cualquier rincón del globo, como si los hijos fueran equipaje de mano y las fronteras nacionales meras sugerencias.

Con la sabiduría que otorga haber librado su propia batalla legal, Jiménez recomendó a la artista argentina que, si el diálogo fracasa, acuda a los juzgados. Una revelación tan profunda como sugerir que, si llueve, uno debe abrir un paraguas.

Pero la perla de la corona fue su demoladora refutación a la excusa de Nodal sobre la distancia entre México y Argentina. “Con un avioncito… como ocho horitas”, sentenció, reduciendo la complejidad de la logística internacional, los compromisos profesionales y los acuerdos de custodia a la simple ecuación de tomar un taxi. Sugirió, con un guiño de complicidad clasista, que con los recursos del cantante, podría optar por un avión privado, porque, al fin y al cabo, ¿qué son unos miles de kilómetros cuando se tiene una billetera gorda?

Este sainete se enmarca en la propia odisea judicial de Jiménez, quien recientemente vio cómo un examen antidoping de su ex pareja, con niveles de marihuana “muy por encima de lo permitido”, se convertía en su boleto dorado hacia la custodia completa. Una prueba de que en la guerra de la parentalidad, cualquier arma, por baja que sea, es legítima.

Mientras, al otro lado del charco, Cazzu relataba en un podcast su encuentro kafkiano con el abogado de Nodal. La conversación, según su relato, fue una masterclass en humillación institucionalizada, donde la frase “mi cliente está enterado de que cuando tenga ganas, ese permiso lo puede revocar” resonó no como una advertencia legal, sino como la proclamación de un poder omnímodo. La artista confesó sentirse vulnerable, devastada, como si el mundo se hubiera puesto de acuerdo para recordarle su lugar: el de una madre a merced del capricho paterno.

El conflicto, que estalló tras la separación de la pareja en 2024 y la inmediata publicitación del romance de Nodal con Ángela Aguilar, ha incluido también quejas sobre la pensión alimenticia, completando el tríptico sagrado de cualquier divorcio de alto perfil: hijos, dinero y reputación.

Así, mientras Cazzu se prepara para su gira Latinaje, cargando con el peso de un año sin poder viajar con su hija, el resto del mundo puede disfrutar del espectáculo. Un recordatorio de que, en el reino del espectáculo, incluso los lazos de sangre se negocian, se mediatizan y se convierten en el argumento de un reality show del que nadie pidió ser parte, pero del que todos, hipócritamente, somos espectadores.