El circo universal de la corona en entredicho

En el sublime reino de la frivolidad institucionalizada, donde la profundidad intelectual se mide en centímetros de sonrisa y la elegancia en pasos de alfombra roja, la reciente coronación de Fátima Bosch como Miss Universo ha desatado un vendaval de hipocresías digno de los anales de la comedia humana. Apenas la mexicana posó su cabellera bajo el diadema de strass, el santuario de la belleza mundial se transformó en un campo de batalla donde las sonrisas perfectas esconden dagas tras la espalda.

Las acusaciones de fraude electoral -perdón, queremos decir concurso- brotaron como hongos venenosos en un jardín perfectamente manicurado. Las compañeras de la soberana, quienes momentos antes juraron hermandad eterna entre lágrimas y aire comprimido, ahora exigen justicia con la vehemencia de revolucionarias destronadas. Y en el centro del huracán, la figura omnipotente de Raúl Rocha Cantú, el gran titiritero de este espectáculo global, emerge como el arquitecto de este drama shakesperiano con toques de telenovela vespertina.

El decálogo del destierro real

¿Bajo qué circunstancias puede una mortal perder el derecho a portar semejante artefacto de fantasía sobre su cabeza? La organización, en su infinita sabiduría, ha establecido los sagrados mandamientos del destierro:

Incumplimiento de obligaciones divinas: La Miss Universo no es simplemente una mujer con corona, sino una máquina de sonreír programada para recorrer el mundo como embajadora de lo superficial. Priorizar asuntos terrenales como la familia, la salud o -Dios nos libre- el desarrollo intelectual sobre una gala de peluqueros famosos constituye herejía capital.

La rebelión contra el contrato leonino: El título viene acompañado de un documento que haría palidecer a los abogados de la Santa Inquisición. Horarios milimétricos, exclusividades absolutas, conductas modélicas y la entrega del alma a la marca. Cualquier intento de autonomía se considera alta traición.

El crimen supremo: dañar la imagen: Declaraciones polémicas, escándalos o -peor aún- demostrar tener opiniones propias sobre temas que importan. Los valores de la organización exigen una virginidad mental absoluta.

Irregularidades en la elegibilidad celestial: Si se descubre que la ganadora es humana y no un cyborg de perfección, la corona será inmediatamente revocada. Documentación insuficiente, pensamientos independientes o haber tenido una vida antes del certamen son pecados mortales.

Los mártires del altar de la belleza

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL DESTRONAMIENTO

La historia de este circo romano moderno registra pocas, pero ilustrativas, caídas en desgracia. El caso más emblemático es el de Oxana Fedorova, Miss Universo 2002, destituida por el crimen abominable de “no cumplir con sus obligaciones” -traducción: prefirió usar su cerebro antes que su sonrisa-. Su reemplazo, Justine Pasek, ascendió al trono como la Cenicienta de este cuento perverso.

Antes, en 1974, Amparo Muñoz cometió el acto revolucionario de renunciar tras descubrir que la libertad vale más que una corona de imitación. Aunque oficialmente fue una abdicación, los archivos secretos del reinado la registran como la primera insurgente del sistema.

Mientras tanto, Raúl Rocha Cantú, el sumo sacerdote de este ritual absurdo, ha salido al quite mediático para declarar que la corona mexicana no está en peligro. En una entrevista que parecía más un edicto real que una conversación, pidió al pueblo -digo, al público- que “la dejaran trabajar”. Como si la pobre muchacha estuviera excavando minas de carbón en lugar de desfilar con vestidos brillantes.

¿Corona en peligro?

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