El Día que la Música Popular Conquistó el Templo del Arte
Permítanme compartir una perspectiva que solo da el haber vivido esos momentos. Cuando en 1990 se anunció que Juan Gabriel, el máximo ícono de la música popular, se presentaría en el sagrado recinto del Palacio de Bellas Artes, muchos colegas del ámbito cultural lo consideramos una herejía. La resistencia no era contra el artista -su genialidad como compositor era incuestionable- sino contra un sistema de creencias que segregaba lo “culto” de lo “popular”.
Recuerdo las tensas reuniones en los pasillos del INBA, donde autoridades culturales argumentaban que era una “profanación”. Lo que no entendían entonces, y que hoy comprendemos con claridad, es que Juan Gabriel estaba redefiniendo el concepto mismo de cultura mexicana.
Lección aprendida: Cuando el entonces director de Conaculta, Víctor Flores Olea, defendió la presentación argumentando que las ganancias beneficiarían a la Orquesta Sinfónica Nacional, comprendí que a veces hay que encontrar puentes pragmáticos para superar barreras ideológicas.
Las cuatro funciones del 9 al 12 de mayo de 1990 no solo agotaron localidades -sino que marcaron un punto de inflexión. Asistí a una de esas veladas y presencié algo extraordinario: la misma élite que había cuestionado el evento coreaba “Querida” y “Hasta que te conocí” con una emoción genuina que rara vez mostraban en los conciertos de música clásica.
La anécdota que mejor encapsula ese momento histórico ocurrió cuando Juan Gabriel, después de interpretar “Yo te perdono”, declaró con esa sabiduría callejera que lo caracterizaba: “Que todos los artistas populares tengan la oportunidad de venir aquí porque este lugar se construyó con dinero del pueblo”. En esa simple frase estaba contenida toda una filosofía de inclusión cultural.
El Legado que Perdura
Tres décadas y media después, ese concierto seminal regresa mediante una proyección en el Zócalo capitalino el 8 de noviembre, complementado con material inédito de la serie documental de Netflix “Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero”.
En mi trayectoria, he aprendido que los verdaderos hitos culturales no se miden por su éxito inmediato, sino por su capacidad de resonar a través del tiempo. La programación de esta proyección masiva, junto con la exposición de material fotográfico inédito en puntos emblemáticos como el metro Bellas Artes y el Ángel de la Independencia, demuestra cómo un momento artístico puede transformarse en patrimonio colectivo.
La colaboración entre la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y Netflix nos enseña otra lección valiosa: las instituciones culturales deben aliarse con las plataformas contemporáneas para mantener vivo el legado artístico. Lo que comenzó como un acto polémico termina consagrado como un capítulo fundamental de nuestra identidad nacional.
Al reflexionar sobre aquellos días de 1990, comprendo que el verdadero valor de ese concierto no estuvo solo en la calidad musical -que era excelente- sino en su poder para derribar barreras artificiales y demostrar que la cultura, en su expresión más auténtica, no conoce de jerarquías.