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El cuerpo olvidado de Humaira Asghar y la indiferencia que la mató dos veces

El macabro hallazgo de una estrella pakistaní revela las grietas de un sistema que ignora hasta a sus figuras más visibles.

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El cuerpo olvidado de Humaira Asghar y la indiferencia que la mató dos veces

La sociedad solo recordó a Humaira cuando su descomposición se volvió imposible de ignorar.

En un giro tragicómico digno de un guion absurdo, la actriz Humaira Asghar alcanzó la fama póstuma que el sistema le negó en vida. Su cadáver, convertido en alegoría de la negligencia institucional, fue descubierto gracias a algo más infalible que las pesquisas policiales: el impago del alquiler. Las ratas y los acreedores, al parecer, son más eficaces que el Estado pakistaní.

Las autoridades, expertas en diagnósticos postmortem, descartaron el asesinato con la misma premura con que ignoraron su desaparición. “No hay signos de violencia”, declararon, omitiendo que el mayor crimen fue permitir que una artista reconocida se pudriera en soledad durante ocho meses. ¿Infarto? ¿Suicidio? Da igual: en Pakistán, como en el resto del mundo neoliberal, las mujeres solo importan cuando generan engagement o beneficio fiscal.

Asghar, que dedicó su carrera a empoderar mujeres a través del arte, terminó convertida en un hashtag. Ironías del capitalismo digital: su cuerpo sin vida logró lo que años de activismos no consiguieron: volverse viral. Mientras, los mismos medios que la ignoraron ahora especulan sobre su muerte con el morbo de quien lee un thriller barato.

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Su participación en Tamasha Ghar (el Big Brother pakistaní) resulta hoy una metáfora grotesca: una sociedad que solo valora a las mujeres como espectáculo, incluso en su descomposición. El reality show, eso sí, duró menos que su olvido.

Las artes visuales que estudió en prestigiosas academias no bastaron para que alguien visualizara su ausencia. Sus dramas televisivos, donde interpretaba víctimas de injusticias, palidecen ante el último acto de su vida real: un sistema que borra a las mujeres hasta que el hedor las delata.

Las pruebas toxicológicas pendientes son un chiste tardío. La verdadera toxina ya la conocemos: es la indiferencia, ese veneno social que mata más lento pero más seguro que cualquier arma.

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