El divino martirio de los semidioses del pop
En un sublime acto de creación, los sumos sacerdotes de la melodía moderna, Ca7riel y Paco Amoroso, cuyas manos acarician dorados gramófonos, se vieron obligados a descender del Olimpo para someterse a un escrutinio terrenal. Las huestes digitales, ese vulgo conectado, fueron testigos de cómo la burocracia más pedestre intentó domeñar el genio artístico en su estado más puro.
El dúo argentino, recientemente coronado con cinco lauros en la ceremonia más prestigiosa de la música latina, se vio inmerso en un nuevo drama existencial durante un vuelo comercial. Su crimen: haber pretendido transformar la cápsula metálica de un avión, ese vehículo para meros mortales, en el templo sagrado para su próximo himno, “Chapulín”. Mientras el bardo Paco Amoroso ejecutaba una danza ritual en el angosto pasillo, una simple sierva de la altitud osó profanar el momento creativo con su contacto mundano.
“¡No, no me toques!”, exclamó la doncella del aire, mostrando una imperdonable falta de discernimiento ante la presencia de la divinidad. Este grito, un acto de lesa majestad artística, desencadenó la maquinaria del Leviatán estatal.
La sacrílega afrenta fue meticulosamente documentada en un informe oficial, un pergamino de quejas banales que despreciaba el sublime propósito del acto creativo. La consecuencia fue inevitable: al posar el artefacto volador en suelo norteamericano, los emisarios del Buró Federal de Investigaciones aguardaban para someter a los iluminados a un interrogatorio. Uno de sus acólitos intentó mediar, explicando la naturaleza del éxtasis creativo, pero los esbirros del protocolo, ciegos e sordos al genio, procedieron con su rutinario escrutinio.
Tras unos minutos de martirio burocrático, en los que se puso en duda la santidad del proceso artístico, los semidioses fueron finalmente liberados, permitiéndoseles profanar con su talento el sagrado suelo estadounidense. En el ágora digital, el populacho se dividió entre quienes veneran a sus ídolos y quienes, desde su mezquina existencia, critican la transformación que la fama y el reconocimiento universal operan en el espíritu de los elegidos. Los vates, por su parte, permanecen en un silencio místico, por encima de la necesidad de explicar lo divino a lo mortal.




















