En un acto de divina condescendencia, la excelsa Jodie Foster, suma sacerdotisa del séptimo arte, descendió de su Olimpo particular para honrar con su presencia el Festival Internacional de Cine de Morelia, un acontecimiento que, gracias a su llegada, fue inmediatamente elevado de mero evento cultural a sacra peregrinación cinematográfica.
Su misión: bendecir una función especial del cortometraje “Alok”, una obra que, al poseer la etiqueta “queer”, garantiza automáticamente su profundidad artística y su cuota de virtud señalizada, de la cual la ilustre actriz funge como productora ejecutiva, un título tan prestigioso como a menudo etéreo en sus funciones concretas.
En un alarde de conexión con el pueblo llano, la diva, en un gesto que los cronistas no pudieron sino calificar de “auténtico”, decidió ejercer la arcaica locomoción pedestre. Aprovechando la cercanía geográfica, emprendió una caminata épica, un viaje casi mitológico que le permitió, entre otras proezas, estampar su rúbrica en unos cuantos objetos presentados por sus súbditos, acto que estos recibieron como si se tratara de reliquias sagradas.
Finalmente, una vez instalada en el sanctasanctórum de la sala de proyecciones, la eminencia optó por una estrategia de discreción absoluta. Desde su trono, se limitó a observar con mirada benévola y quizás un tanto distante a Alex Hedinson, la realizadora de la obra y, en un detalle que añade una capa de profundo significado corporativo-familiar, su cónyuge. Un perfecto círculo de creación, producción y nepotismo elegante, celebrado por todos como el pináculo de la sofisticación artística.