En un sublime ejercicio de hipocresía global, el sagrado ritual de Miss Universo ha sido bendecido, una vez más, con el divino don del escándalo. Justo cuando el orbe esperaba con devoción la elección de la virgen sacrificial que encarnará por un año los cánones de belleza terrenales, el circo de las vanidades ha decidido ofrecer un espectáculo aún más grotesco que el certamen mismo: una comedia de equívocos digna de la corte de Luis XIV, pero con más filtros de Instagram.
Las inesperadas defecciones de Omar Harfouch</strong, un caballero que toca el piano, y de Claude Makélélé, un exgladiador del balón, han venido a demostrar que en el reino de la frívola seriedad, hasta los jueces más decorativos tienen su límite de vergüenza, o al menos, su umbral de tolerancia al ridículo.
El Mecanismo del Engaño Sublime
La farsa alcanzó su cénit cuando el señor Harfouch, tras descubrir que su voto valía lo mismo que el de un figurante, anunció al mundo que un conclave secreto de iluminados había preseleccionado a las thirty lucky ones sin el molesto requisito de la transparencia. ¡Imaginen la sorpresa! Descubrir que en un certamen que vende empoderamiento femenino existen cabildeos opacos y conflictos de interés es como encontrar agua en el océano: perturbadoramente obvio.
“HE SIDO ZURCIDO”
El ofendido caballero no solo se declaró públicamente ultrajado, sino que, en un arrebato de dignidad corporativa, amenazó con desatar los perros legales de Manhattan sobre la santa institución. Su catálogo de agravios incluía desde corrupción hasta daños reputacionales, como si asociarse voluntariamente a un concurso de belleza en el siglo XXI fuera una hazaña curricular.
Mientras, el señor Makélélé, en un alarde de diplomacia gala, alegó asuntos personales imprevistos, que todos traducimos como “prefiero lavarme el pelo esa noche”. La narrativa de un certamen en descomposición moral se consolidaba más rápido que un lifting post-coronación.
La Réplica del Olimpo Organizativo
La sacrosanta Organización, herida en su orgullo, respondió con la contundencia de un misil de confeti. Acusó al pianista de confundir el proceso de selección con una iniciativa filantrópica llamada Más Allá de la Corona, un programa que, al parecer, consiste en demostrar que las reinas de belleza pueden hablar de algo más que de paz mundial. Y, por supuesto, amenazó con acciones legales por el uso indebido de la marca, porque en este universo paralelo, la propiedad intelectual es más sagrada que la integridad del certamen.
El Prólogo de la Tragedia Mexicana
Para entender la profundidad del pantano, debemos remontarnos a la reciente humillación pública de Miss México, la señorita Bosch, amonestada en vivo y en directo por no generar suficiente contenido digital. El espectáculo de ver a un magnate regañando a una aspirante a reina por su rendimiento en redes sociales fue tan surrealista que hasta ONU Mujeres y la presidenta de México tuvieron que pronunciarse, elevando la farsa a crisis geopolítica de la frivolidad.
Las fuentes revelan que el propio Harfouch hacía de mediador entre los titanes en disputa: el propietario mexicano de la franquicia y el director tailandés, quienes, en un arrebato de madurez empresarial, se amenazaban mutuamente con demandas. Una verdadera sinfonía de egos.
El Final que Debe Continuar
A pesar de que el barco hace agua por los cuatro costados, el espectáculo debe continuar. La edición número 74 del Gran Engaño se celebrará puntualmente, porque en el negocio de la ilusión, el show es lo único real. La actual soberana, una dama de Dinamarca, tendrá el honor de pasar la corona a la siguiente afortunada que, por un año, cargará con el peso de sonreír mientras el mecanismo que la eligió se desmorona a sus pies. Una alegoría perfecta de nuestro tiempo.















