En un acto de suprema revelación digno de los pergaminos sagrados, la sacerdotisa del Olimpo hollywoodense, Jennifer Aniston, ha proclamado mediante un papiro digital en Instagram su sagrada unión con Jim Curtis, un mortal que, milagrosamente, no ha salido en ninguna película. La noticia, propagada con la velocidad de un éxtasis divino por las huestes de seguidores, ha sido celebrada como el hallazgo de la Piedra Filosofal en el mundo del espectáculo.
El recorrido amoroso de la deidad televisiva, previamente consagrado a una procesión de semidioses como Brad Pitt y Justin Theroux, ha dado un giro copernicano. Ahora, su corazón ha sido cautivado por un chamán urbano de cincuenta soles, quien en lugar de agentes y contratos, maneja los intrincados designios del hipno-coaching. Según sus sagradas escrituras en LinkedIn, este augur se autodenomina consultor de negocios, asesor y orador, un trío de funciones tan nebuloso como prometedor.
Desde su santuario digital, el sumo pontífice Curtis anuncia que su técnica de hipno-coaching —una suerte de alquimia moderna— tiene el poder de guiar y transformar a los seres humanos de forma “profunda y corporal”. Él, por supuesto, se ha coronado a sí mismo como un “pionero del bienestar”, un título que, en los anales de la historia, suele preceder a la venta de elixires y la promesa de la vida eterna, o al menos, de un amor más profundo y sano.
El venerable gurú asegura poseer la clave maestra para reprogramar dos décadas de “ansiedad”, “trauma” y “bloqueos mentales”, una oferta tan irresistible en la era de la angustia como lo fue la venta de indulgencias en la Edad Media. Su clientela, que incluye a otras divinidades menores como Miranda Kerr y Chrissy Teigen, parece avalar su don de abrir corazones y liberar dolores, un servicio que, irónicamente, ahora aplica al corazón más cotizado y públicamente diseccionado de toda la industria. Qué fortuna que el amor, al fin, haya encontrado un manual de instrucciones.


















