El legado inmortal de Eduardo Manzano, El Polivoz

Una Revolución Vocal: Cuando la Risa se Multiplicó en una Sola Voz

¿Qué sucede cuando un hombre decide no tener una sola voz, sino ser el conducto de cientos? La partida física de Eduardo Manzano, “El Polivoz”, a los 87 años, no es solo la pérdida de un comediante; es el cierre de un capítulo fundacional donde el arte de la imitación desafió la misma noción de identidad en el escenario. Su hijo, Lalo Manzano, compartió la noticia con una despedida que trascendió el duelo personal para convertirse en un agradecimiento colectivo por el talento de un visionario sonoro.

Su trayectoria no comenzó en la pantalla, sino en la intimidad de la radio y el teatro, laboratorios donde moldeó su habilidad. Allí, inspirado por gigantes como “Ferrusquilla”, Manzano comprendió que la voz era más que un instrumento: era un universo de posibilidades. El encuentro fortuito con Enrique Cuenca en el programa “La Hora del Imitador” no fue una simple anécdota; fue la colisión creativa que generaría el dúo “Los Polivoces”. ¿El resultado? Una alquimia humorística que convirtió un empate en un imperio de la risa.

De Dúo a Ecosistema: La Ingeniería de un Mundo Cómico

Imaginen un mundo paralelo construido solo con voces y gestos. Eso fue lo que Manzano y Cuenca erigieron. Su programa de televisión y películas como “Agarrando parejo” no eran meros espectáculos; eran portales a un reino donde el Comandante Agallón Mafafas, Gordolfo Gelatino o Don Teofilito coexistían. Manzano, el arquitecto administrativo del dúo, demostró que la genialidad creativa y la visión estratégica no son polos opuestos, sino facetas de la misma mente innovadora. Él no solo manejaba personajes; orquestaba un ecosistema de contratos, giras y producciones que llevaron la comedia mexicana a su cénit en Latinoamérica.

El Legado es una Onda que Nunca se Extingue

Pensar que su impacto se limita a las décadas doradas es subestimar la naturaleza disruptiva de su arte. Manzano fue un pionero del “meta-humor”, actuando sobre la actuación misma al prestar su voz a animaciones como Nikté o reinterpretando su propio legado en series como “Una familia de diez”. Incluso un desafío de salud, como la infección biliar que enfrentó a sus 82 años, sirvió para un propósito mayor: reactivar en la memoria colectiva la potencia de su contribución. Su vida nos pregunta: ¿cuántas vidas caben en una? ¿Cuántas risas puede generar una sola persona al multiplicarse en otros?

La despedida de figuras como Jorge Ortiz de Pinedo no es solo un adiós entre colegas; es el reconocimiento de un pilar. Eduardo Manzano no ha fallecido; se ha transformado. Su esencia persiste en cada imitador que se atreve, en cada personaje que nace de una voz distorsionada, en cada sonrisa que surge al recordar a Gordolfo Gelatino. Su verdadero monumento no está en piedra, sino en el eco perpetuo de la risa que ayudó a moldear, demostrando que el mayor acto de innovación es crear alegría que trasciende el tiempo y, literalmente, la voz propia.

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