En un espectáculo que supera cualquier telenovela venezolana, Alicia Machado ha decidido desempolvar el cadáver sentimental de su idilio con Ricardo Arjona, demostrando que en el mundo del espectáculo nunca hay historia muerta, solo relatos convenientemente congelados para descongelar cuando los reflectores se apagan.
La exsoberana de belleza, en un arrebato de sinceridad selectiva, insiste en que ciertos malintencionados pretenden empañar su lustrosa imagen rescatando un episodio que ella misma rescata cada dos años con meticulosa precisión cronométrica.
En lo que parece convertirse en su monólogo favorito, la diva venezolana ha mencionado en repetidas ocasiones su romance con el cantautor de las desdichas amorosas, aunque con la discreción de un elefante en una cacharrería. Curiosamente, mientras nunca pronuncia el nombre de la entonces esposa, sus seguidores han hecho las cuentas con la precisión de un contable suizo.
“¿Por qué no le preguntan si yo fui importante?”, clamó la Machado con la indignación de quien descubre que el agua moja, olvidando que en el circo mediático las preguntas incómodas siempre se dirigen hacia el trapecista, nunca hacia el dueño de la carpa.
EL DECÁLOGO DEL MENTIROSO CONVINCENTE
La modelo desveló con amarga lucidez el método Arjona para mantener relaciones paralelas: “Volvía, me pedía perdón y decía que la había dejado, que se iba a divorciar, que él estaba separado”. Un compendio de falsedades que haría palidecer al más experimentado político en campaña electoral.
Y planteó la pregunta del millón: “¿por qué me quieren ensuciar la reputación diciendo que anduve con un hombre casado, pero el casado era él, no yo?”. Una lógica impecable que redefine los conceptos de responsabilidad moral y que sin duda estudiarán las próximas generaciones de amantes circunstanciales.
En un momento de reveladora claridad, Alicia admitió: “Yo sí, él no. Yo era una niña de 19 años cuando lo conocí”. Una confesión que pinta el cuadro perfecto del depredador sentimental versus la ingenua jovencita, aunque omitiendo mencionar que dicha ingenua coincidentemente era más famosa que el galán en aquel momento.
El remate final llegó con su contextualización histórica: “En ese momento yo era más famosa que él. Éramos un grupo las que estábamos de moda”. Porque en el altar del estrellato, incluso los romances deben medirse por el índice de popularidad, estableciendo así una nueva métrica para el amor contemporáneo.