El reality como espejo de nuestros absurdos sociales

El reality como espejo de nuestros absurdos sociales

En el grandioso microcosmos de La Granja VIP, ese experimento sociológico donde las élites del espectáculo pretenden redimirse mediante el sudor ficticio, ha ocurrido un milagro de la democracia: Jawy Méndez, sumo sacerdote del fitness y la autoestima inflada, ha sido degradado a la condición de peón. Las masas digitales, ese tribunal popular que juzga desde la comodidad de sus dispositivos, han estallado en vítores, como si la caída de un solo influencer pudiera equilibrar las injusticias cósmicas.

La primera eliminación de este circo moderno nos dejó sin la presencia de Carolina Ross, pero nos regaló una cuarteta de peones destinados a la gloria televisiva: Lis Vega, Lola Cortés, Fabiola Campomanes y el ahora célebre Jawy. La ironía, esa dama de compañía de la sátira, quiso que el destino del hombre se decidiera por un solo voto, el de Manola, quien en un arrebato de lucidez estratégica o de traición camuflada, cambió su intención de voto en el último instante.

¿Y por qué celebra el populacho digital esta humillación televisada? Porque Jawy se ha convertido en el villano perfecto, el chivo expiatorio de nuestros pecados colectivos. Mientras él se jacta de su supuesta estrategia maquiavélica, el público percibe con claridad meridiana la formación del “Team Gymbro“, ese pacto entre caballeros donde Alberto del Río, Eleazar Gómez y Kike Mayagoitia perpetúan patrones machistas con la naturalidad de quien respira.

La explicación que Manola ofreció a Jawy merece ser enmarcada en los anales de la diplomacia realityera: “Lo hice por tu bien”, declaró con la convicción de un médico medieval aplicando sanguijuelas. “Es para que la gente vea ese lado humano tuyo, ese lado animal”. En el reino del absurdo, la humillación se vende como oportunidad, la degradación como crecimiento personal.

Mientras Jawy intentaba retrasar su ingreso al granero como un niño renuente a bañarse, las redes sociales estallaban en una catarsis colectiva. “Saquen al peón de Jawy del cuarto, que se vaya a su cama de paja”, exclamaba un ciudadano digital, expresando con poesía popular lo que muchos pensaban. En este juego de tronos con paja, la caída del rey efímero provoca más alegría que la coronación de cualquier nuevo monarca.

Así funciona nuestra sociedad del espectáculo: necesitamos villanos reconocibles para sentir que la justicia, aunque sea televisiva, existe. Mientras los granjeros VIP juegan a ser campesinos, el verdadero cultivo que cosechamos son nuestras propias contradicciones, regadas con las lágrimas de los famosos y abonadas con el entusiasmo morboso de quienes los observamos.

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