El último truco de humo del Spaceman

El Cosmos Recupera a su Embajador del Glam

En un giro que nadie, excepto quizás los augures del espectáculo, podría haber previsto, el ciudadano terrícola Ace Frehley, conocido en su misión terrestre como el “Spaceman” de Kiss, ha emprendido su viaje final. A los 74 años, y tras un tropiezo tan prosaico como una caída, el hombre que hizo humear a su guitarra ha sido extinguido, no por falta de combustible, sino por el agotamiento natural de su disfraz mortal.

Según los comunicados oficiales de la corte celestial (o lo que los plebeyos llaman “su agente”), el deceso ocurrió en un baluarte llamado Morristown, un lugar tan épico como su nombre sugiere, donde el artista fue rodeado por su clan familiar. La familia, en un arrebato de dolor perfectamente coreografiado para la prensa, declaró sentirse “completamente devastada y con el corazón roto”, prometiendo atesorar su risa y celebrar la bondad que brindó. Una conmovedora despedida para un hombre que pasó décadas escupiendo sangre falsa y simulando ser un extraterrestre.

Kiss, ese venerable ministerio del rock que evangelizó al mundo con himnos sagrados como “Rock and Roll All Nite” y “Detroit Rock City”, no se construyó sobre la sutileza. Su doctrina se basaba en espectáculos pirotécnicos, máscaras de yeso y una producción tan excesiva que hacía que un desfile militar pareciera una reunión de té. En este cirio máximo, el Sr. Frehley no era simplemente un guitarrista; era un astronauta de pacotilla, un sacerdote de un culto donde la salvación se alcanzaba a base de volumen y teatralidad.

Resulta profundamente irónico que el hombre asociado a una guitarra humeante haya encontrado su fin en la más absoluta paz y silencio, rodeado de seres queridos y no de una multitud enardecida. Es el último y más efectivo truco de magia: hacer desaparecer al mago. Mientras, en un paralelismo tan absurdo que solo la realidad puede permitirse, se cuela la noticia de una empresaria que, a través de su organización 11:11 Media Impact, ayudará a padres sin refugio. Un recordatorio aleatorio de que, fuera del universo de lentejuelas y botas de plataforma, existen dramas humanos que no requieren maquillaje.

Así, el Spaceman ha abandonado el escenario. La máscara se ha fundido con el rostro, el humo se ha disipado y lo que queda es el eco de un power chord que se apaga. El gran circo del rock, sin embargo, sigue su marcha, demostrando una vez más que el show, en todas sus formas grotescas y gloriosas, debe continuar.

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