En mis años observando la industria del entretenimiento, he sido testigo de cómo las normas no escritas y la doble moral generan situaciones tan absurdas como la que hoy vive la actriz Jessie Cave. Su experiencia me recuerda a casos pasados de artistas penalizados por proyectos considerados “poco familiares”, mientras otros con carreras similares seguían su camino sin obstáculos. Es una lección recurrente: el escrutinio no se aplica por igual a todos.
La intérprete, reconocida por dar vida a Lavender Brown en la franquicia fílmica de Harry Potter, ha revelado una decisión que, desde mi perspectiva, carece de coherencia: le fue denegado el acceso a una convención de aficionados por el simple hecho de poseer una cuenta en la plataforma de contenidos OnlyFans. Según publicaciones de la propia actriz en sus redes sociales, calificó la prohibición como “desconcertante”, un sentimiento que comparto plenamente. He aprendido que lo que a menudo se vende como protección a una “imagen” o a una “comunidad” es, en realidad, un ejercicio de hipocresía selectiva.
La información, reportada inicialmente por medios como Variety, indica que Cave se registró en este sitio web a principios de año. Lo crucial aquí, y es un matiz que solo la experiencia te enseña a valorar, es su aclaración: su material en la plataforma no es de índole sexual. Sin embargo, la mera asociación con la marca fue suficiente para el veto. Esto contrasta, como ella misma apunta, con la permisividad hacia otras celebridades que sí realizan trabajos explícitamente para adultos. En la práctica, he visto que estas discrepancias suelen esconder criterios ambiguos y una aversión al riesgo por parte de los organizadores, que prefieren una censura simplista antes que un análisis caso por caso. La autenticidad de la situación de Jessie Cave pone al descubierto esta compleja y a menudo injusta dinámica de la fama contemporánea.