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Eurovisión no basta para escapar de los bombardeos rusos

La guerra persigue a los artistas incluso en el escenario más luminoso de Europa.

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En un giro tragicómico que solo la geopolítica del siglo XXI podría ofrecer, la banda ucraniana Ziferblat descubrió que ni siquiera el brillo kitsch de Eurovisión puede blindarte de los misiles rusos. Mientras ensayaban en Basilea para su actuación, Khrystyna Starykova, corista del grupo, recibió la noticia de que su casa en el este de Ucrania había sido reducida a escombros por el “toque especial” de Vladimir Putin. “Es muy fuerte”, musitó el guitarrista Valentyn Leshchynskyi con esa mezcla de resignación y sarcasmo que solo dominan quienes llevan una década esquivando obuses.

La paradoja es deliciosa: competir en un festival donde el país invasor fue expulsado por “romper las reglas” (como si la anexión de territorios fuera comparable a cantar fuera de tono), mientras tu gobierno pide más armas a los mismos jurados que te aplauden. Ziferblat lleva a escena “Bird of Pray”, un tema de rock progresivo que, irónicamente, suena a himno de resistencia de los 70, como si la historia se repitiera en bucle. Daniil Leshchynskyi, el vocalista, luce un traje rosa campana que parece gritar: “Mírennos, no somos víctimas, somos estrellas de pop bajo fuego cruzado”.

El concurso, que en 2022 coronó a Ucrania en un arranque de solidaridad europea (tan efímera como los fuegos artificiales del espectáculo), ahora sirve de telón para recordar que la guerra sigue ahí, aunque Occidente prefiera verla en modo “avión”. La banda incluso aprovecha para recaudar fondos y comprar robots desminadores, porque nada dice “paz” como máquinas limpiando lo que otros humanos destruyeron.

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El colmo llega cuando celebran el Día de la Vyshyvanka en un parque suizo, luciendo camisas bordadas y comiendo borscht entre aplausos. Es la metáfora perfecta: mientras Europa consume folklore ucraniano como producto exótico, los misiles consumen ciudades enteras. “Tenemos dos misiones”, dice Valentyn: ganar Eurovisión y recordar que la guerra existe. Prioridades del mundo moderno: primero el glitter, luego la supervivencia.

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