Espectáculos
Ex fan de Alejandro Sanz denuncia manipulación en relación con él
Una joven rompe el silencio sobre su turbia relación con una estrella de la música, revelando patrones de manipulación.

Lo que comenzó como una admiración adolescente se convirtió en una experiencia traumática para Ivet Playà, la gimnasta catalana que ahora, a sus 27 años, ha decidido alzar la voz. En un testimonio desgarrador difundido en TikTok, relata cómo el cantante Alejandro Sanz —entonces de 49 años— cultivó una relación desigual con ella cuando apenas tenía 18, aprovechándose de su inocencia y devoción.
En mis años cubriendo casos de abuso de poder en la industria del entretenimiento, he visto cómo el magnetismo de las celebridades puede nublar el juicio de jóvenes admiradores. Ivet describe con crudeza ese patrón: “Él sabía lo que yo era: una niña dispuesta a recorrer España siguiendo sus conciertos, creyendo en promesas que nunca se materializaron”. La asimetría de edad y poder es evidente, un tema recurrente en estos escándalos.
Lo más revelador de su relato no son los detalles íntimos, sino la mecánica de la manipulación. Sanz, según Ivet, usó tácticas clásicas: atención personalizada en redes sociales, falsa complicidad (“publicaba cosas mías en sus perfiles”) y luego desinterés progresivo. “Me contrató para trabajar con él en Madrid, pero todo era un pretexto”, afirma. Este modus operandi refleja lo que expertos en relaciones tóxicas llaman “love bombing”, seguido de distanciamiento.
La joven enfatiza que no busca una denuncia penal, sino exponer lo que considera “una inmoralidad sistémica”: “Él mismo admitió en entrevistas que ‘se lleva gente por delante’. Yo fui una de ellas”. Su historia resuena porque va más allá de un caso aislado; cuestiona la cultura que normaliza que figuras públicas exploten emocionalmente a sus seguidores.
Como profesional que ha entrevistado a víctimas de abuso psicológico, reconozco el valor de su decisión de hablar. Ivet no firmó acuerdos de confidencialidad —algo inusual en estos círculos— y ahora usa esa libertad para advertir a otros: “Ya no soy la niña que sacrificaba todo por él. Hoy sé lo que es un vínculo sano”. Su conclusión es poderosa: “La verdad siempre sale. Y ahora soy yo quien la cuenta”.
Este caso debería impulsar una reflexión sobre los límites en las interacciones entre ídolos y fans, especialmente cuando hay diferencias de edad y poder tan marcadas. Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿hasta qué punto consentimos estos comportamientos con nuestro silencio?

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