Espectáculos
Julión Álvarez corona Reynosa con un concierto de fervor y excesos
El “Rey de la Taquilla” convirtió Reynosa en su reino por una noche, entre ovaciones y tequila.

En un despliegue de devoción casi religiosa, el autoproclamado “Rey de la Taquilla”, Julión Álvarez, convirtió el Estadio Adolfo López Mateos en su propio trono efímero, donde miles de súbditos —perdón, “fans”— aguantaron calor, desorganización y precios abusivos de cerveza con la resignación de mártires. A las 23:00 horas, como todo monarca caprichoso, el cantante chiapaneco se dignó a aparecer, recibido no como un artista, sino como un mesías con sombrero charro.
El espectáculo, organizado por la misteriosa “Espectáculos Romanse Entreprise” (cuyo lema debe ser “cobramos como imperio, organizamos como tribu”), fue una orgía de nostalgia y contradicciones: canciones sobre desamor coreadas por parejas abrazadas, letras de humildad entonadas entre luces de neón y humo de pirotecnia. El repertorio, una mezcla entre himnos norteños y baladas para llorar con tequila, demostró que en México, la taquilla perdona todo: desde problemas legales hasta rimas como “fine fine fine”.
El ritual colectivo
El público, en éxtasis, grabó cada movimiento con sus celulares —porque si no se sube a Instagram, ¿acaso ocurrió?— mientras Julión repartía besos al aire y recibía flores como ofrendas. Entre canción y canción, el artista se quitaba el sombrero en gestos de falsa modestia, mientras las pantallas gigantes aseguraban que hasta el último asiento viera sus lágrimas… de utilería.
Las tres horas de concierto fueron un viaje por los 18 años de carrera del intérprete, aunque, curiosamente, nadie mencionó que algunos de esos éxitos los escribió cuando otros aún creían que “la banda” era solo un género musical y no un estilo de vida… o de evasión fiscal.
Las paradojas del “Rey”
Entre melodías como Rey sin Reina (¿acaso un grito feminista involuntario?) y Cómo Este Cabrón (¿autobiografía?), Reynosa vivió su propia versión de “pan y circo”: tequila barato, canciones cargadas de machismo romántico y una multitud que, por una noche, cambió sus problemas cotidianos por la ilusión de tocar la mano de un ídolo que, seguramente, volvió a su camioneta blindada sin mirar atrás.
Al final, como en todo buen cuento de hadas neoliberal, los fans se fueron felices, con la garganta rota y la cartera vacía, mientras Julión Álvarez demostró una vez más que en México, la música no solo vende discos: también vende sueños… y distrae de realidades menos coreográficas.
Éxitos que nadie pidió pero todos cantaron:
- Regalo del Cielo (aunque el cielo cobró entrada)
- Te Hubieras Ido Antes (el lema de los vecinos del estadio)
- Mi razón de ser (¿el dinero? ¿la fama? ¿los streams?)

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