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La bioserie de Chespirito revela más drama que risas

La audiencia clama por más capítulos mientras el drama detrás de cámaras eclipsa el legado cómico.

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En un giro irónico digno de sus propios guiones, la bioserie Chespirito: sin querer queriendo ha logrado lo imposible: convertir al genio de la comedia en el protagonista de un melodrama que ni María la del Barrio habría osado imaginar. El público, hipnotizado por el espectáculo del escándalo marital, clama por más episodios, como si la vida de Roberto Gómez Bolaños fuera una telenovela interminable.

Max y Roberto Gómez Fernández, en un acto de audacia creativa, decidieron que la mejor manera de honrar al padre de El Chavo era exponer sus infidelidades con el mismo entusiasmo con el que se promociona un reality show. Florinda Meza, convertida en la villana accidental, recibe el odio digital de una audiencia que olvida que, al final del día, todos eran parte del mismo circo.

El último episodio, una joya de la autoparodia, nos regala una pelea física entre Chespirito y su productor, como si fuera un episodio perdido de La vecindad. Mientras, Graciela Fernández descubre un sostén ajeno en la maleta de su esposo, un guiño tragicómico a las tramas más rocambolescas de la televisión mexicana. ¿El mensaje final? El amor perdura… siempre y cuando haya rating de por medio.

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Las redes sociales, ese tribunal moderno donde se juzga con memes y se absuelve con likes, exigen una segunda temporada. Porque nada une más a una audiencia que el morbo disfrazado de nostalgia. “Chanfle, ¿quién podrá ayudarnos?”, preguntan los fans, sin darse cuenta de que ya nadie salvó a Chespirito de convertirse en un chiste del que ni él mismo podría reírse.

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