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La boda corporativa como último acto de sumisión capitalista

Una unión conyugal se transforma en el acto supremo de sumisión al altar del consumo y la imagen pública.

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En un acto de devoción sin precedentes al dios del consumo, la ciudadana ejemplar Chloë Grace Moretz ha formalizado su pacto nupcial con la modelo Kate Harrison. No se trató de un mero contrato civil entre dos personas, sino de la fusión definitiva de dos marcas en una sola entidad comercial más potente, bendecida por los sumos sacerdotes de la publicación Vogue.

El ritual, lejos de ser un acto íntimo, fue meticulosamente coreografiado y ofrecido en sacrificio a las masas a través de las sagradas páginas de la revista. La ceremonia ya no pertenece a los contrayentes, sino a sus seguidores, sus patrocinadores y, sobre todo, a su valor de reventa en el mercado de la atención. La “primera mirada”, ese momento tan anhelado, no fue para el ser amado, sino para el objetivo de la cámara, verdadero testigo de honor en esta farsa moderna. Así, el amor se certifica no con un anillo, sino con un contrato de exclusividad y una campaña de marketing perfectamente orquestada.

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