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La boda del siglo o el performance supremo de la discreción opulenta

La Farsa Nupcial de los Elegidos

En un acto de suprema discreción y humildad, comparable solo a la renuncia de un monje tibetano, la divina Selena Gómez y el sumo sacerdote de la producción musical Benny Blanco se aprestan a celebrar el enlace sagrado. La ceremonia, un evento tan íntimo y reservado que requerirá el despliegue de un dispositivo de seguridad similar al usado en las cumbres del G7, tendrá lugar en una modestísima propiedad californiana, donde la sencillez será la verdadera protagonista.

Los elegidos, aquellos mortales afortunados que recibieron el pase de oro, serán transportados en carrozas blindadas hacia un destino desconocido, en una alegoría perfecta de la peregrinación del alma hacia la iluminación. Se alojarán, por supuesto, en celdas de austeridad franciscana, habitaciones de hotel que apenas rozan los tres mil quinientos dólares la noche, un precio simbólico que refleja su total desapego a lo material.

Todo se ha gestionado con una opacidad encomiable. Los rumores sobre la asistencia de deidades contemporáneas como Taylor Swift han obligado a convertir la boda en una operación de black ops, donde el más mínimo detalle es un secreto de estado de máxima clasificación. La despedida de soltera en Cabo San Lucas y la de soltero en Las Vegas fueron, naturalmente, retiros espirituales de profunda introspección.

La joya de la corona, literalmente, es el anillo de compromiso: un diamante valuado en más de doscientos mil dólares, un guiño irónico a la sencillez de los primeros cristianos. Selena, en su infinita sabiduría, lo mostró en las sagradas escrituras de Instagram, proclamando a Benny como “su todo absoluto en su corazón”, una frase que sin duda pasará a los anales de la filosofía moderna junto a los pensamientos de Nietzsche.

Este magno evento no es solo una unión de dos almas; es un faro de esperanza, una lección para el vulgo sobre cómo celebrar el amor en la era moderna: con una ostentación tan monumental que debe ser escondida tras el velo de la “discreción”. Un performance sublime donde el espectáculo niega serlo, alcanzando así la cúspide de la contradicción posmoderna.

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