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La boda del siglo que Durango no sabía que necesitaba

Un enlace nupcial que mezcla folclor, historia y espectáculo en una ceremonia digna de telenovela.

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La boda del siglo que Durango no sabía que necesitaba

Ligia Uriarte y Mane de la Parra, protagonistas de este reality histórico-festivo.

En un acto de patriotismo performativo, la pareja decidió que un simple “sí, acepto” no bastaba: necesitaban revivir la Revolución Mexicana con happenings protagonizados por actores sudorosos disfrazados de villistas, mientras los invitados masticaban gorditas con la misma devoción que sus bisabeles aplaudían los discursos de Madero.

La ceremonia civil, celebrada en una hacienda colonial (porque nada dice “amor eterno” como firmar contratos sobre los cimientos del colonialismo), fue solo el preámbulo para el espectáculo sinfónico-religioso en la Catedral. Allí, Alondra de la Parra dirigió la orquesta como si el Juicio Final dependiera de que los violines interpretaran a Schubert con suficiente dramatismo. El novio, enfundado en un traje que gritaba “soy serio, pero festivo”, avanzó hacia el altar escoltado por su madre, en una procesión que rivalizaba con la Semana Santa sevillana.

La novia, por su parte, deslumbró con un vestido que parecía diseñado por un arquitecto barroco: chantillí aquí, velo kilométrico allá, y un bolero que dejaba justo lo suficiente a la imaginación como para que los suegros no protestaran. Al salir de la iglesia al ritmo de los Beatles (versión orquestal, porque el rock proletario no cuadraba con el glamour revolucionario), los invitados corearon “¡sí se pudo!” como si el matrimonio fuera un logro comparable a la independencia de México.

El banquete, coordinado por un chef estrella, sirvió metáforas gastronómicas: mole que simbolizaba la fusión de sus almas, postres más dulces que sus promesas y vinos tan añejos como los chistes de los tíos. Entre los invitados, medio Hollywood mexicano aplaudió educadamente mientras calculaba cuántas selfies subirían a Instagram antes del brindis.

Y así, entre marchas nupciales, caballos revolucionarios y un padrino que brilló más que el anillo, Durango presenció no una boda, sino un manual satírico sobre cómo convertir el amor en un producto de exportación. ¿Faltó algo? Quizá solo un telegrama del Vaticano felicitando por la puesta en escena.

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