La coreografía del absurdo en la alfombra roja
En el reino de neón donde las sonrisas se cotizan en acciones y las manos entrelazadas valen más que tratados diplomáticos, dos eminencias del espectáculo, Ariana Grande y Cynthia Erivo, protagonizaron lo que los cronistas cortesanos denominan “una exhibición de camaradería performativa” durante la premier neoyorquina de Wicked: For Good. Bajo los flashes divinos que convierten la celulosa en oro, ambas sacerdotisas del entretenimiento ejecutaron con precisión quirúrgica el ballet de la afinidad estratégica, aunque los espectadores más avispados comenzaron a detectar grietas en el decorado.
El manual del protectorado emocional
Lo que comenzó como un acto de defensa legítima cuando un plebeyo emocionado traspasó las barreras sagradas en Singapur, ha evolucionado hacia un protocolo de vigilancia tan exhaustivo que haría palidecer a los servicios secretos más paranoicos. La ciudadana Erivo, en su nuevo rol de guardiana del espacio vital y comisaria de accesorios, ha implementado un sistema de supervisión que transforma cada gesto en un acto de significación política. Su intervención más celebrada—el reacomodo meticuloso de un collar que yacía en perfecto estado geométrico—revela la emergencia de una nueva burocracia de la intimidad, donde hasta el más mínimo detalle estético requiere validación institucional.
La economía de las caricias regulatorias
Cuando un productor, en un arrebato de entusiasmo capitalista, osó ejercer movimiento sobre la extremidad de la diva, inmediatamente se activaron los protocolos de contención afectiva. La ciudadana Erivo ejecutó lo que los antropólogos de redes sociales han catalogado como “el abrazo compensatorio”, una maniobra que neutraliza el contacto no autorizado mediante una demostración de ternura regulatoria. Los testigos presenciales describen la escena como “el cuidado que se brinda a una reliquia de porcelana en zona sísmica”, planteando interrogantes existenciales sobre la cosificación de las relaciones humanas en la era del espectáculo.
El tribunal de la opinión popular
Mientras tanto, en el ágora digital donde cada ciudadano ejerce de fiscal de lo trivial, se desarrolla el juicio colectivo. “Me parece enfermizo”, “son comportamientos muy extraños”, “le está robando la energía”, proclaman los expertos en dinámicas interpersonales desde sus tronos de algoritmos. La sabiduría colectiva ha diagnosticado una epidemia de “sobreprotección patológica” y ha detectado incomodidad en los microgestos de la ciudadana Grande, quien según los analistas de lenguaje corporal “parece actuar bajo coacción velada”. En este nuevo contrato social mediatizado, hasta el más mínimo parpadeo se convierte en evidencia de tensiones estructurales.
Así, en el gran teatro de las relaciones públicas, donde cada apretón de manos es un tratado y cada mirada una declaración de principios, se representa la farsa sublime de la conexión auténtica, coreografiada hasta el último suspiro para el consumo de las masas.


















