La coreografía del idilio en la era del espectáculo

La coreografía del idilio en la era del espectáculo

En un despliegue de altruismo conyugal que conmueve a las masas, los consortes Carlos Rivera y Cynthia Rodríguez han iniciado una peregrinación laica por los santuarios del espectáculo global. La antigua sacerdotisa del templo matutino Venga la Alegría no abandona a su cónyuge en su cruzada por acumular relumbres y aplausos, primero en el concilio de los Latin Grammys, y ahora en el sagrado cónclave de los Emmy Internacional, donde el proyecto ¿Quién es la máscara? —una pregunta que adquiere ribetes metafísicos en este contexto— aspiraba a un trofeo dorado.

La revelación progresiva del misterio sagrado

La pareja, que en sus inicios practicaba el hermetismo propio de una secta esotérica, ha decidido ahora ofrecer migajas de su idilio a la plebe digital. El clímax de este proceso de desvelamiento fue su audiencia privada con el Sumo Pontífice en el Vaticano, un acto de tan alto patrocinio que hizo palidecer cualquier boda civil en Aranda, España. Tras la procreación del vástago León —cuyo rostro permanece oculto como el de un misterioso heredero al trono—, la pareja ha anunciado la búsqueda de un sucesor, en lo que parece una carrera contra el reloj biológico y la agenda de premios.

La liturgia del afecto en la pasarela

En el altar de la alfombra roja, los consortes ejecutan con precisión milimétrica la coreografía del éxtasis conyugal. Entre sonrisas que podrían iluminar pequeñas ciudades y miradas que desafían las leyes de la termodinámica, Carlos depositó un ósculo en la mejilla de su esposa, un acto de tan profunda trascendencia que requirió ser inmortalizado en los archivos digitales de Instagram. La feligresía, extasiada, celebra esta nueva etapa de “transparencia afectiva”, agradeciendo que los sumos sacerdotes del romance compartan las sagradas escrituras de su vida privada.

Los acólitos, conocidos como Riveristas</strong, han elevado plegarias de gratitud a las redes sociales. "Por fin nos conceden el privilegio de atisbar su felicidad", corea un devoto, ignorando la ironía de que el vástago sigue siendo mostrado únicamente de espaldas, como un espectro familiar. El culmen de esta epopeya romántica fue la petición de mano mediante la letra de la canción La carta, un gesto de tal lirismo que hace parecer a Romeo y Julieta unos simples aficionados en el arte del cortejo.

Así, entre trofeos, besos coreografiados y anuncios de expansión familiar, se consolida el nuevo evangelio del amor en la era del espectáculo: un relato donde cada gesto privado debe ser convertido en ceremonia pública, y donde la autenticidad se mide por el número de corazones que late bajo cada publicación.

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