La coreografía del poder en la danza institucional

La coreografía del poder en la danza institucional

Nueva puesta en escena para perpetuar la tradición coreográfica institucional.

En un acto de devoción casi religiosa hacia los santuarios culturales, la sumisa sacerdotisa de la danza Svetlana Ballester proclama con fervor: “Me complace que se veneren las obras maestras porque han persistido durante dos siglos debido a que poseen un valor argumental incuestionable, un extraordinario valor musical y porque, por los siglos de los siglos, numerosos intérpretes las han ejecutado y siempre se aprecian de manera diferente, como si brindaran la oportunidad para que el artista auténtico se exprese en plenitud”. La bailarina y maestra cubano-rusa, quien elabora una innovadora versión de Giselle para la Compañía Nacional de Danza, cuenta con el acompañamiento musical de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, bajo la batuta de Yhovani Duarte, director de la Sinfónica del Gran Teatro de La Habana, en lo que parece un meticuloso intercambio diplomático entre regímenes culturales.

La coreógrafa explica que para esta reinterpretación del clásico de Perrot y Coralli, los cimientos se mantienen en el original, preservando la misma atmósfera y período histórico, pero incorporando una dinámica superior en la forma de expresión, particularmente en el primer acto: las pantomimas y los diálogos de todos los personajes, mientras que la técnica de las danzas de Giselle, Albrecht, Myrtha, el conjunto coreográfico y las secuencias de ambos actos resulta más intensa. “Un incremento en las exigencias técnicas y un protagonismo amplificado para el cuerpo de baile. Se pretende que constituyan un elemento fundamental del argumento y que expresen todo el contexto del primer acto y del segundo”, declara, como si estuviera describiendo una reforma constitucional para un reino de espectros y campesinos bailarines donde, por supuesto, la burocracia artística ha decidido que los fantasmas necesitan mayor representación sindical y los aldeanos requieren coreografías más complejas para disimular su condición de siervos del gran espectáculo institucional.

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