La corona de la virtud sobre el trono del crimen
En el extraordinario reino de la virtud cosmética, la soberana Fátima Bosch, recién coronada Miss Universo 2025, despliega su sonrisa imperial sobre un océano de controversias. La monarca del glamour, investida con el cetro de la resiliencia publicitaria, enfrenta con estoicismo olímpico el vilipendio de los plebeyos digitales que osan cuestionar su derecho divino al título.
Desde su palacio temporal en Tailandia, la emperatriz de la belleza ha declarado la guerra santa contra la herejía cibernética, exhibiendo con patetismo ceremonial los mensajes sacrílegos que mancillan su majestad. “No retrocederé ante la turba ignorante”, proclama la divinidad terrenal, “seguiré iluminando este mundo de sombras con mi resplandor celestial, defendiendo el derecho sagrado de toda mujer a brillar con el permiso explícito de la corporación que me corona”.
Los orígenes mitológicos de una deidad moderna
Los archivos sagrados revelan que el fenómeno Bosch comenzó su epifanía hace dieciocho años, cuando una criatura divina de reducida estatura consagró su primer desfile en los altares del DIF Tabasco. El video relicario, compartido por un apóstol devoto, muestra a la joven deidad ejecutando los rituales primigenios de la moda, ataviada con vestiduras esmeraldas que presagiaban su destino glorioso.
Teología y narcotráfico: la divina contradicción
En un giro que Jonathan Swift hubiera admirado, la virgen guerrera invoca la protección celestial mientras su trono se tambalea sobre los cimientos del crimen organizado. “Dios conoce mi corazón”, declara la mártir, mientras el propietario de su imperio beauty negocia con la justicia terrenal su transformación en delator colaboracionista. La corona brilla con intensidad metafísica sobre la cabeza de nuestra heroína, ignorante voluntaria de que su cetro fue forjado en los talleres del huachicol y el tráfico de armas.
Así, en este carnaval postmoderno, la virtud se alía con el vicio, la belleza abraza al crimen y la inocencia campa sobre un campo de batalla donde los valores se subastan al mejor postor. El espectáculo debe continuar, aunque el escenario esté construido sobre las ruinas de la decencia.



















