En el mundo de las apuestas deportivas, existen fenómenos que trascienden la lógica y se convierten en anécdotas recurrentes. Una de las más notorias en los últimos años es la denominada “maldición de Drake”. Este domingo, durante la final del US Open, volvimos a ser testigos de su implacable efecto. Carlos Alcaraz se alzó con el título tras una brillante actuación contra Jannik Sinner, pero para muchos, el resultado ya estaba escrito en el momento en que el rapero canadiense anunció su apuesta.
He visto innumerables casos a lo largo de mi carrera, pero la consistencia con la que Drake respalda al perdedor es casi estadísticamente improbable. Su respaldo público a Sinner, con una apuesta de 300 mil dólares, se convirtió en la sentencia que muchos temían. En este negocio, aprendes que ciertos patrones, aunque parezcan supersticiosos, no deben ignorarse. La victoria de Alcaraz no solo le dio un grand slam, sino que le evitó al rapero una ganancia de más de 500 mil dólares.
La lista de afectados por esta peculiar racha es larga y costosa. Recuerdo cuando Israel Adesanya cayó ante Jan Blachowicz en la UFC, costándole a Drake medio millón de dólares. O cuando el Barcelona, luciendo incluso el logo del rapero en su camiseta, cayó 3-1 ante el Real Madrid. Aquella vez, la apuesta superaba los 800 mil euros. Lecciones como estas te enseñan que en las apuestas, el corazón y la fama rara vez vencen a la cruda realidad del rendimiento deportivo.
Más allá de la anécdota, lo que realmente demuestra este caso es la imprevisibilidad del deporte de élite. Por mucho capital que se arriesgue, la cancha siempre tiene la última palabra. Alcaraz, con su talento extraordinario, recordó una vez más que el tenis se juega con raquetas, no con billeteras.