Espectáculos
La cruel parodia de la demencia sobre un ícono de acción
Un testimonio íntimo sobre el devastador avance de la enfermedad y la resiliencia familiar ante la adversidad.

La cruel parodia de la demencia sobre un ícono de acción
En un grotesco giro del destino que supera cualquier trama de Hollywood, el intérprete que una vez encarnó al indestructible John McClane se encuentra ahora prisionero de su propia mente, mientras un séquito de antiguas y actuales consortes supervisa su declive con una mezcla de dolor y compasión mediática.
La actriz Demi Moore, en lo que bien podría ser un monólogo de absurdo existencial, ha descrito ante el altar moderno de los podcasts cómo la esencia misma de su exmarido se desvanece, transformando al hombre de mirada penetrante y réplicas certeras en un mero espectro de su antiguo yo. ¡Qué sublime ironía que quien escapó de tantas explosiones ahora sucumba ante el silencioso sabotaje neuronal!
La demencia frontotemporal, ese insidioso guionista que reescribe personalidades sin pedir permiso, ejecuta su obra maestra de deconstrucción humana ante un público compuesto por exesposas y una actual cuidadora, en una suerte de reality show patológico donde todos interpretan sus roles con devoción ejemplar.
Moore proclama la nueva doctina de la resignación positiva: debemos “encontrarnos con ellos donde están”, como si se tratara de una moda filosófica más que de un duelo ante la desaparición progresiva de un ser querido. ¡Abandonemos el aferrarnos al pasado! ¡Celebremos el vacío! No sea que la ansiedad y el dolor, esas emociones tan poco decorosas, empañen el espectáculo.
La actual esposa, Emma Heming, cumple su papel de heroína sacrificial moderno, enfrentando el juicio de las masas por haber tenido la audacia de alojar al astro en una “residencia adaptada” en lugar de convertirse en una mártir doméstica. ¡Vil pecado el de delegar cuidados especializados! Moore, en un acto de solidaridad entre miembros del mismo club, absuelve a su sucesora: “Nadie podría haber previsto dónde terminaría esto”. Como si la enfermedad neurodegenerativa fuera un final alternativo que ningún guionista visionario pudo anticipar.
El comunicado oficial del régimen nos asegura que el paciente se encuentra “estable”. Su cerebro presenta “fallos”, su comunicación se reduce a esbozos, pero goza de “buena salud general”. ¡Magnífica noticia! El contenedor corporal permanece impoluto mientras el contenido consciente se evapora. Aún surgen destellos de la personalidad original -miradas brillantes, risas fuertes- como cameos fantasmales que torturan a los espectadores con lo que fue y ya no es.
En este grotesco teatro biomédico, donde las celebridades enferman como mortales comunes pero sufren como estrellas, solo queda aplaudir la puesta en escena: el dolor convertido en contenido, la tragedia personal transformada en narrativa pública, y un hombre que derrotó a terroristas en la pantalla grande, ahora derrotado por la biología más elemental.

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