La devoción popular por Del Toro inunda San Ildefonso
¿Qué explica el vínculo casi simbiótico entre un cineasta y su público? La noticia de la visita de Guillermo del Toro a la Ciudad de México para presentar su ambiciosa adaptación de “Frankenstein” no fue un simple anuncio; fue una convocatoria que resonó en el corazón cultural del país. La pregunta que surge es: ¿se trata solo de la fama de un director de cine ganador del Oscar, o existe una conexión más profunda, forjada a través de décadas de narrativas que exploran la belleza en la monstruosidad?
La evidencia comenzó a materializarse desde las primeras horas del lunes. Testimonios grabados y difundidos en plataformas digitales revelan una escena inconfundible: las calles aledañas al histórico Colegio de San Ildefonso fueron tomadas por una multitud de admiradores. Bajo la inclemencia del sol, la paciencia de los asistentes era solo superada por su entusiasmo. ¿Qué los impulsaba a esperar durante horas? No era la promesa de un espectáculo fugaz, sino la oportunidad de un encuentro genuino. Los carteles, libros, fotografías y figuras de colección que portaban no eran simples objetos, sino artefactos de una admiración profundamente personal.
El momento culminante, cuando la figura característica del cineasta tapatío finalmente emergió, desató una explosión de euforia. Los coros de “¡Guillermo, Guillermo!” crearon una banda sonora humana al recorrido de la alfombra negra. Sin embargo, la investigación de lo ocurrido va más allá de la anécdota. Frente a la típica dinámica de saludo y despedida, Del Toro optó por una estrategia distinta: la inmersión. Su decisión de detenerse sistemáticamente, repartir autógrafos, posar para incontables fotografías y ofrecer abrazos, plantea una reflexión sobre la autenticidad en la relación entre un artista consagrado y su base de seguidores. Cada firma, cada selfie, se convirtió en un testimonio de una reciprocidad inusual en la industria cinematográfica.
Una estrategia de promoción o una lección de conexión humana
La presencia de los protagonistas de la cinta, Oscar Isaac y Jacob Elordi, capturada en reportes visuales de X y TikTok, añade otra capa al análisis. ¿Fue su participación un mero acto protocolario o una extensión del ethos establecido por el director? Las imágenes son elocuentes: Elordi, en particular, siguió el ejemplo de su mentor, interactuando directamente con la multitud, firmando objetos y accediendo a las selfies que sus seguidoras solicitaban. Este comportamiento, aparentemente espontáneo, revela una coreografía de promoción que privilegia la experiencia tangible sobre el distanciamiento mediático.
La revelación final de este evento no es simplemente que un director famoso visitó su país. La verdad subyacente es cómo un acto de mercadotecnia puede trascender su propósito original para convertirse en un fenómeno cultural. Lo que ocurrió en San Ildefonso no fue solo la promoción de “Frankenstein”; fue la validación de un vínculo único, donde la lealtad de los fans y la autenticidad del artista se entrelazaron, demostrando que, en ocasiones, la narrativa más poderosa no está en la pantalla, sino en las calles.
















