La divina farsa de las coronas y los contratos

El Semanario de los Sublimes Absurdos

En esta era de luces y sombras que habitamos, la semana ha estado consagrada a la adoración de dos nuevas deidades del panteón moderno: Fátima la Coronada y Christian el Litigante. Mientras el vulgo se debate entre el éxtasis y el escándalo, nosotros, humildes cronistas de lo grotesco, nos inclinamos ante el sublime espectáculo de lo intrascendente elevado a categoría de epopeya nacional.

El Misterio de la Corona Inmaculada

En un giro que hubiera dejado pálido al mismo deus ex machina del teatro griego, la joven Fátima ascendió a los altares del Olimpo cosmético, convirtiéndose en la cuarta mexicana en alcanzar la gloria universal. El ritual fue tan conmovedor como predecible: la persignación oportuna, el abrazo filial, y el detalle humano de pedirle a su progenitora que cuidara sus pertenencias en el camarín, como si la recién ungida soberana de la belleza mundial no tuviera séquito suficiente para tan prosaica tarea.

La madre, en su deleite, reveló el milagro: de niña que no dormía pensando que no haría nada en la vida, a deidad terrenal con corona de strass. ¡Oh prodigio de la transformación existencial!

El Hermano Hierático y la Sospecha Colectiva

Más intrigante resultó el drama colateral: Bernardo, el hermano de sangre, cometió el pecado capital de la inexpresividad. Su crimen: levantarse, abrocharse el saco y sonreír levemente al escuchar el nombre de su patria. La turba digital, siempre sedienta de conspiraciones, inmediatamente diagnosticó conocimiento previo del veredicto, evidencias de los manejos turbios que, según la sabiduría popular, caracterizan estos certámenes de virtud estética.

Sus defensores arguyeron, con lógica aplastante, que el joven simplemente padece de esa rara condición médica conocida como “seriedad crónica”. Amigos de la familia atestiguaron que, en comparación con su hermana la extrovertida, Bernardo es un pozo de discreción. Casi como si en una familia pudieran coexistir personalidades diferentes, concepto revolucionario donde los haya.

El Jurado Fantasma y la Comunicación Celestial

El nombre de Omar Harfouch cruzó los cielos informativos como un cometa de escándalo. Habría renunciado al jurado por presenciar prácticas indecorosas, prometiendo revelar todo en el lejano “mediados del próximo año”, estrategia magistral para mantener la relevancia sin necesidad de aportar pruebas inmediatas.

Pero he aquí que Raúl Rocha Cantú, sumo sacerdote del ritual de la belleza, desplegó el artefacto sagrado de nuestra época: su teléfono móvil. En él mostraba el intercambio de mensajes que demostraría que Harfouch no renunció, sino que fue expulsado por confundir una reunión paralela con el certamen principal. ¡Drama de equivocaciones que Shakespeare hubiera envidiado!

La Fe como Accesorio de Pasarela

La flamante Miss Universo, en su primera proclama digital, confirmó que “lo que Dios tiene destinado para ti, ni la envidia lo para, ni el destino lo aborta”. Declaración teológica que, convenientemente, justifica cualquier triunfo terrenal como designio divino. Como accesorio de su fe, porta una imagen de la Virgen Morena que la acompaña a todas partes, mientras su ejército de seguidores digitales se acerca a los tres millones de almas. Casualidad, sin duda.

El Bardo y el Laberinto Legal

Mientras tanto, en los bajos fondos de la justicia penal, Christian Nodal cumplía su propio vía crucis administrativo. Dieciséis horas en el Centro de Justicia Penal Federal para una audiencia que comenzó con seis horas de retraso y se extendió hasta la madrugada. El conflicto: la propiedad de sus canciones, esos bienes inmateriales que mueven fortunas y alimentan egos.

La juez, en su sabiduría, determinó que no había elementos para vincularlo a proceso, pero la Fiscalía advirtió que el calvario legal continúa. El pleito data de 2022, cuando el trovador presentó “supuestos contratos” para hacerse dueño de canciones ajenas. En esta comedia humana, los héroes modernos se debaten entre coronas celestiales y contratos terrenales, entre la gloria efímera y la burocracia eterna.

Así funciona nuestra sociedad del espectáculo: mientras unos se coronan por su gracia divina, otros se enredan en la maraña legal de lo profano. Y el pueblo, siempre fiel, aplaude o critica según el guión lo determine, sin preguntarse nunca si tras tanto oropel se esconde el vacío de nuestra propia frivolidad.

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