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La era del deepfake donde la realidad se fabrica con un clic

La tecnología que clona identidades ahora amenaza a creadores de contenido, mientras las víctimas buscan justicia en un mundo digital sin regulación.

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Foto: El Universal.

En un giro irónico digno de 1984, Alana Flores, estrella del streaming y futura gladiadora del boxeo influencer, ha descubierto que su doble digital tiene más audiencia que ella. La creadora de contenido anunció acciones legales tras la circulación de un deepfake íntimo, obra de algún genio anónimo con demasiado tiempo libre y escasa moral.

Las redes sociales, ese circo romano moderno donde el pan y los memes se reparten por igual, se convirtieron en el escenario de este crimen perfecto: imágenes falsas y videos manipulados que, según los expertos en desinformación, son tan reales como las promesas políticas. “No es real. Y sí voy a buscar demandar”, declaró Alana en X, la plataforma que antes se llamaba Twitter y ahora parece el salvaje oeste de la posverdad.

La influencer, quien pronto intercambiará streams por guantes de boxeo contra Gala Montes (porque nada vende más que el espectáculo del conflicto), confesó en Instagram que esta vez el golpe fue bajo: “Días como hoy me hacen darme cuenta de que todo siempre puede ser peor”. Una revelación filosófica que resuena en la era de la hiperexposición digital, donde tu peor enemigo puede ser un algoritmo con acceso a tus selfies.

El Instituto Politécnico Nacional, en un arranque de obviedad académica, define el deepfake como “contenido fabricado con inteligencia artificial”. La National Cybersecurity Alliance, por su parte, ofrece consejos para evitar ser víctima: desde esconder tus fotos como si fueran oro en tiempos de piratas hasta rezar para que la autenticación multifactor te salve del apocalipsis digital. Entre las recomendaciones más surrealistas: “usar contraseñas robustas” (como si un hacker con IA avanzada no pudiera descifrar “Flores123*” en nanosegundos).

Mientras tanto, los gigantes tecnicos siguen vendiendo humo con actualizaciones de software y bots de moderación tan eficaces como un portero ebrio. La moraleja: en el reino del capitalismo de vigilancia, tu identidad es un producto más. Y si no puedes pagar un abogado especializado en ciberseguridad, siempre te quedará el consuelo de viralizar tu drama en TikTok.

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