La fábrica de sueños produce su tragedia más rentable

El comunicado oficial de la factoría del alma

La sagrada progenie de los sumos sacerdotes de la Fábrica de Sueños, los venerables productores Rob Reiner y Michele Singer, ha emitido un edicto solemne a través del oráculo moderno TMZ. En un ejercicio de sublime contradicción, piden privacidad y respeto al mismo tiempo que alimentan el insaciable molino de la noticia. Sus vástagos, Jake y Romy</strong, imploran que el duelo familiar, ese sagrado ritual, no sea perturbado por los bárbaros del clic y el escándalo, mientras el guion de su vida se escribe con sangre y titulares.

“No solo eran nuestros padres; eran nuestros mejores amigos”, declararon los herederos, en una línea de diálogo tan conmovedora que bien podría estar extraída de uno de los melodramas que su familia financiaba. Agradecieron, con la elegancia protocolaria que se espera de la realeza hollywoodense, las condolencias y la amabilidad recibidas, rogando que la especulación sea templada con compasión. Una noble petición, dirigida a un público educado para consumir tragedias como entretenimiento de domingo por la tarde.

El antagonista sale de la sombra

Y he aquí el giro de guion que ningún productor habría rechazado: el segundo hijo, Nick Reiner, es señalado como el autor material del doble asesinato. La fiscalía, en su papel de guionista secundario, le ha endilgado dos cargos de homicidio calificado y el uso de un arma cortante, un utensilio terriblemente plebeyo para un drama de tan alto presupuesto.

En su debut ante el tribunal de Los Ángeles, Nick compareció tras un cristal, como un animal exótico en una jaula, vestido con la bata azul de los potenciales suicidas, el atuendo estándar para los actores que han perdido el control de su propio libreto. Su abogado, Alan Jackson, declaró con la solemnidad de un director que anuncia un retraso en el estreno: “es demasiado pronto” para declararse culpable. La función, por tanto, se pospone hasta enero.

Los detalles macabros del rodaje

El argumento, ya en desarrollo, promete un final de alto impacto: cadena perpetua o incluso la pena capital. Los cuerpos de los magnates fueron descubiertos por la hija, Romy, residente en el set contiguo —vaya casualidad escénica—, quien inmediatamente delegó en una amiga la llamada al 911. Una puesta en escena impecable.

Las pesquisas revelan que Nick, un personaje atormentado por los demonios de la drogadicción —un clásico en estas latitudes de opulencia y miseria—, había sostenido una discusión acalorada con sus progenitores el día anterior. El arresto, como no podía ser de otra manera, se produjo en el Exposition Park, un nombre que parece una alegoría barata de su propia vida puesta en exhibición. La hermana, en un arranque de sinceridad poco propia del género, advirtió a las autoridades que su hermano era peligroso. Así, la familia se convierte en su propio juez, testigo y delator dentro de este grotesco teatro donde la vida imita al arte más sórdido, y donde la única privacidad que se respeta es la de las cuentas bancarias.

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