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La fábrica infinita de Swag y la glorificación del vacío

Una mirada cáustica a la maquinaria de producción musical y la fábrica de hits en la era de la sobreinformación.

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En un acto de prodigiosa creatividad que sin duda conmocionará los cimientos de la música occidental, el oráculo de la cultura pop, Justin Bieber, ha decretado desde su trono en las redes sociales el advenimiento de “Swag II“. Un monumento sonoro que verá la luz apenas sesenta días después de su predecesor, “Swag“, demostrando que la inspiración artística, como la producción en cadena de salchichas, puede optimizarse para maximizar el rendimiento.

El anuncio, una obra maestra de la sobresaturación visual, consistió en iluminar el firmamento de varias ciudades con pantallas de un rosa electrizante que proclamaban el sagrado nombre de la secuela. Una estrategia de marketing tan sutil y novedosa como un martillazo en la frente, que replica el misterioso despliegue de carteles en blanco y negro que precedieron al primer “Swag“. ¡Oh, qué delicia para el alma este juego de revelaciones progresivas!

Este nuevo opus representa, para los eruditos en la materia, el segundo regreso discográfico del mes del mesías del teen pop, quien tras un agotador ayuno creativo de… cuatro años, nos ha bendecido ahora con dos obras en el lapso de un trimestre. Una hazaña que nos recuerda a los períodos de mayor fertilidad de Mozart, si Mozart hubiera estado gestionado por un algoritmo de TikTok.

La lista de colaboradores del primer volumen reunió a una pléyade de iluminados: desde Gunna hasta Sexyy Red, pasando por Druski y Cash Cobain. Una asamblea de talentos tan coherente y visionaria como un menú degustación diseñado por un comité de focus groups. El resultado fue una exploración sonora que, según los augures de Billboard, combinaba indie-rock, R&B ochentero y pop noventero. Es decir, todo y nada a la vez, un perfecto smoothie musical para paladares atrofiados por el scroll infinito.

Pero el movimiento maestro, la jugada que eleva esta saga a la categoría de arte conceptual, es el contexto estratégico detrás del lanzamiento. Resulta que “Swag” debutó en el segundo lugar de las listas, lo cual es, por supuesto, un fracaso catastrófico que exige una inmediata rectificación. Además, su timing inteligentemente calculado evita que ambos proyectos compitan en la misma temporada de los Grammy. Porque nada dice “integridad artística” como coreografiar meticulosamente tus lanzamientos para no canibalizar tus propias nominaciones al premio.

Mientras los mortales comunes luchamos por terminar un informe trimestral, el bardo de nuestra era ha estado encerrado en el sagrado recinto de Floki Studios en Islandia, un lugar tan remoto y místico como apropiado para la gestación de una obra que promete… más de lo mismo. Sus publicaciones en redes sociales, crípticos mensajes desde el estudio, nos han mantenido en vilo: ¿estará creando? ¿Estará curando? ¿O simplemente estará alimentando la noria perpetua de la nueva música que debe ser consumida, digerida y excretada por la maquinaria de contenido antes de que el siguiente single caiga en el olvido?

Así, con “Swag II“, no solo recibimos un nuevo álbum. Recibimos un recordatorio de que en el grandioso circo de la cultura moderna, el producto más valioso no es la música, sino el eterno e insaciable ciclo de expectativa, lanzamiento y olvido inmediato. Larga vida al Swag. Que venga la parte tres.

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