En un sublime giro del destino judicial que solo el firmamento de Hollywood podría alumbrar, una ciudadana, la ciudadana Jayme Lee, ha emergido de las brumas del anonimato para proclamarse la auténtica progenitora biológica de la sacerdotisa del pop, Miley Cyrus. Este anuncio, digno del más retorcido folletín, ha desembocado no en un emotivo reencuentro familiar, sino en una fría y meticulosa factura por 7 mil 564.13 dólares que el patriarca, Billy Ray Cyrus, exige como indemnización por el tedioso suplicio legal.
El bardo country, armado con sus abogados como otros lo estuvieron con guitarras, presentó la solicitud de reembolso, según el evangelio de Us Weekly, mientras su corte de leguleyos guardaba un silencio tan sepulcral como el de una tumba recién sellada.
La épica de Jayme Lee: una gesta de parto y piano
La epopeya narrada por la señora Lee, plasmada en pergaminos judiciales en mayo, es de una fertilidad precoz y contractual asombrosa. Alega haber parido a la futura estrella de Hannah Montana con la tierna edad de doce primaveras, para luego suscribir un “convenio privado de adopción” con la dinastía Cyrus. El pacto, según su relato, le habría conferido el divino derecho a bautizar a la criatura y, en un arrebato de magnanimidad capitalista, a servir como aya y instructora de teclado para su propia hija, según revelan los sagrados textos del Daily Mail.
Su alma, nos cuenta, sufre un quebanto emocional severo, pues el trovador habría profanado la verdad sagrada de la cesión maternal.
El catálogo de agravios: de la traición al código genético
El litigio de Lee es un festín jurídico que incluye manjares como quebrantamiento de contrato, estafa, falseamiento, infligimiento deliberado de aflicción psíquica e intromisión ilícita en los sacrosantos derechos de la procreación. La pièce de résistance fue una solemne petición de pruebas de ascendencia genética para dilucidar la filiación de la cantante, súplica que un juez, quizá hastiado de la ópera, archivó en octubre.
Billy Ray Cyrus</strong, desde su atalaya, presentó una imprecación para archivar las imputaciones, tildándolas de "falsedades y desvaríos", y arguyendo que toda la farsa tenía el único propósito de atormentarlos.
El desenlace: la justicia pesa bolsillos, no sangre
El 5 de diciembre, el telón cayó sobre la demanda, desestimada por la autoridad. No obstante, en un final moralmente ejemplar, al bardo se le concedió la gracia real de recuperar los emolumentos y desembolsos judiciales razonables. Así, en el gran teatro del absurdo moderno, donde se disputan la maternidad y el ADN, la única verdad irrefutable, la única paternidad demostrada, es la de una cuenta por honorarios. La familia, al parecer, es un sentimiento; los costes legales, una realidad tangible.
















